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Decir que ha sido un día duro es quedarse corto, y lo certifica el hecho de que me duele cada músculo de mi cuerpo. Incluso algunos de los que no sabía de su existencia.

Durante la mañana se han esquilado las ovejas. Mi tarea ha consistido en trasladar los apestosos fardos de lana hasta la cuba que más tarde recogerá un camión. Puede que parezca un trabajo ligero, pero cada uno de esos pesaba un quintal y los continuos viajes me han roto la espala.

Hemos comido una rebanada de pan y algo de queso a medio día, para continuar en las tierras altas del valle, donde había que reparar muchos metros de vallado. De nuevo el trabajo delicado ha recaído en los chicos, pero transportar los postes y las alambradas desde el camión en la carretera hasta el lugar donde había que montarlos, a campo abierto, ha sido agotador.

Hambrientos y sudorosos, hemos terminado en la parte baja del valle, donde el arroyo se embalsa y se convierte en un lago de aguas transparentes y frías. Es una de las zonas más arboladas de la finca, y se agradece la sombra.

Durante toda la jornada apenas he visto al amigo de mi padre. Ha venido un par de veces a dar instrucciones a Minho y nos ha ayudado en la parte del cercado donde la pendiente hacía difícil el trabajo.

Ahora nos espera junto al lago, con una nevera de la que saca algunas latas de cerveza fría que nos arroja de uno en uno. Soy el único que no la cojo al vuelo y, cuando la abro, la espuma se derrama sobre el suelo.

—¿Cómo se ha portado? —Se está refiriendo a mí, pero se lo pregunta a Minho, que es su encargado. Ni siquiera me mira, y eso me molesta.

—Tiene que echar músculo, pero no protesta. Además, ya tiene las señales.

Al principio no sé a qué se refiere, pero un gesto de Aharon me hace comprenderlo: el sol ha achicharrado las zonas expuestas de mi piel, mientras que las que han estado protegidas por la ropa siguen intactas. Cuando me quite la camisa debo parecer una especie de maniquí al que se le intercambian los brazos y la cabeza. Sonrío, sobre todo porque Minho lo ha dicho con cierto orgullo, el mismo que me hace sentir a mí.

Jungkook se incorpora al cabo de un rato, tras asegurarse que lo que había que hacer ha quedado resuelto, y da un par de palmadas en el aire. —Un baño y para casa. Mañana nos queda otra jornada dura.

La forma de hablar de Jungkook es taxativa y nadie la cuestiona. Puede deberse a que es el dueño de todo esto, quizá, pero estoy seguro a que la razón es una autoridad natural, un liderazgo innato que emana de cada fibra de su ser.

Los chicos empiezan a desnudarse entre bromas, y yo los miro un tanto incómodo. Traigo bañador, pero lo he dejado en la casa.

—Venga, niño —me anima Jedidiah—. No tienes nada colgando que no tengamos nosotros.

Así que se bañarán desnudos. Ruborizado, me pongo de pie y empiezo a desvestirme. En el gimnasio nunca me ha dado vergüenza. Será porque allí nadie te habla, tampoco te mira. Aquí no dejo de sentirme incómodo.

Minho, a pesar de ser el mayor, tiene un cuerpo fabuloso, sin pizca de grasa, donde cada músculo se cincela como si fuera piedra caliza. Cuando arroja a un lado los calzoncillos miro para otro lado, pero me da tiempo de ver una polla gorda, densa, más robusta que larga. Sale corriendo y se arroja de cabeza, gritando como un adolescente.

Los demás no se quedan atrás. Aharon y Jedidiah me dan la espalda y me surge la idea de que son los mejores culos que he visto.

Redondos y consistentes, aunque ligeramente peludos.

Taehyung está a mi lado, y se desviste despacio.

—El agua está fría —por algún motivo llego a pensar que me lo dice para que lo mire, o al menos eso creo.

Un amigo de la familia |KookminWhere stories live. Discover now