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En cuanto entramos en la habitación y la puerta se cierra a nuestras espaldas, Jungkook se abalanza sobre mí, mano contra mano, palma contra palma, y me come la boca.

Es un beso diferente a los anteriores. Es un beso de hambre, de ansia, un beso de los que se dan cuando el deseo se ha postergado.

Yo me muestro torpe. Quizá porque mi sexualidad aún está centrada en lo inmediato, en un estímulo que provoca una respuesta, y no en lo que los labios de Jungkook intentan explicarme a besos.

Su camisa empapada en sudor, tras un largo día de trabajo, es el símil de mis calzoncillos manchados, esos que uso para aspirar su olor mientras me masturbo. Me enloquece ese aroma a hambre, a vida, a sexo.

Se me escapan los gemidos, que se mezclan con los suyos. Esta vez es él quien parece necesitarme. De alguna manera siento que podría negarme y causarle ciertos daños, cierto malestar, pero que por algún motivo alcanza una inmediata gravedad.

Mientras Jungkook devora mis labios y me busca la lengua, meto la mano por debajo de su camisa.

Su piel me quema y palpita bajo mis yemas curiosas.

Anoche, cuando nos amamos como salvajes, no reparé en los detalles de su piel, en la exquisita calidez de vellos suaves que se erizan a mi paso.

Toda la sutileza que me ofrece la superficie contrasta con la dureza que se disimula bajo ella.

Músculos fuertes y marcados. Unos abdominales que podría subir como montañas y precipitarme a sus valles que el sudor los vuelve surcados por ríos.

Me enloquece la barrera sexy que tocan mis dedos de un cordón de vello más tupido que aparece por la cinturilla del pantalón y termina en la hendidura de su ombligo.

Tengo ganas de seguirlo con la lengua, de recorrer ese sendero hacia arriba, aunque irremediablemente terminaré hacia abajo, disfrutando entre mis labios del enorme trofeo que es comerme la polla gruesa y jugosa de Jungkook.

Absorbo, como él hace con sus labios, que abandonan mi boca y me chupan el lóbulo de la oreja, la parte más alta del cuello, hasta clavar sus dientes deliciosamente suaves, muy cerca de la nuca.

Sí, yo avanzo y las puntas de mis dedos rozan el vértice de su pecho, la línea dura de sus pectorales, que comienzan en una hendidura para alzarse ante mis dedos sedientos de piel caliente, hasta encontrar los pezones.

Los pezones del amigo de papá están tan excitados que, cuando apenas los rozo, él emite un gemido que provoca en mí otro idéntico.

Lo entiendo como una señal. Como quien encuentra la llave mágica que abre todas las puertas.

Los acaricio, los pellizco, paso mis palmas extendidas sobre ellos, o simplemente los masajeo.

Ante cada uno de estos estímulos distintos, las reacciones de Jungkook oscilan entre un placer llevadero y otro que le desborda y cuya contemplación produce en mí idénticos resultados, ya que ver a otro extasiarse de placer a consecuencia de tus actos es más placentero casi que sentirlos en tu cuerpo.

—Eres un cabrón —gime contra mi boca.

Pero no es un insulto, porque sus ojos brillan, su boca sonríe, y la manera de entonarlo me sugiere que le tengo en mis manos, que he descubierto el botón secreto que lo desbarata de gusto, y pienso utilizarlo.

Lleno de felicidad, con la polla tan dura que me duelen los huevos, le arranco la camisa, sin importarme que los botones vuelen por el aire como escarabajos blancos.

Y es ahora mi boca sobre su pecho quien sustituye a mis dedos, y mi lengua se bebe el sudor y degusta la salinidad amarga, que arranca en la garganta de Jungkook el más delicioso gemido de placer.

Un amigo de la familia |KookminTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang