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La cabaña de Minho es una vieja construcción de madera en la cima de una colina, rodeada de muchas hectáreas de soledad, lo que la convierte en un refugio perfecto para dejarse llevar.

En cuanto detiene la furgoneta en la puerta nos besamos otra vez. Su boca me sabe a tabaco y chicle americano, también a pecado, y es algo que me gusta.

Apenas me da tiempo de ver nada cuando entramos. Estamos los dos lo suficientemente calientes como para solo atender a este delicioso deseo.

Es un espacio amplio y abierto, muy rústico, quizá un tanto descuidado. Veo una mesa con un par de sillas, la cocina al fondo que tiene fogón de leña. Pero a donde se me van los ojos es a la cama que hay en un rincón, pegada a la pared, de esas que ya no se hacen, con rígidos barrotes de hierro en el cabecero y los pies, que terminan en forma de piña.

Minho tiene tantas ganas de mí como yo de él, así que los formalismos sobran. Si me llega a preguntar «¿quieres una cerveza?», le hubiera contestado, «quiero terminar de comerte la polla», así de hambriento sigo esta noche.

Agradezco que en cuanto arroja el sombrero sobre la mesa vuelve a abalanzarse sobre mi boca, mientras me sujeta por las nalgas para alzarme y apretarme contra él, contra la dureza de aquel pene del que tanta hambre tengo, y que mi piel identifica a través del grosor de la tela.

Mis manos se cuelgan de su cuello mientras nuestras lenguas empiezan a enredarse, a compartir la saliva que pronto correrá por su polla y, muy posiblemente, entre mis nalgas.

Sí, porque todo en Minho indica que me desea por detrás, que en cuanto nos arranquemos la ropa buscará la manera de convencerme para que me deje follar. Y lo que él no sabe es que, aunque he descubierto que me gusta dar más que recibir, con ciertas personas en concreto, como Jungkook o como él, sentir sus gordas pollas dentro de mí se convierte en un nuevo aliciente para disfrutar de ellos.

Mientras nos comemos a besos, a bocados, a caricias, me gusta cómo gime. Emite un sonido profundo y descontrolado, lascivo, que acompaña con un suspiro que tiene el cuidado de orientar sobre mi piel para quemarla.

Nos desabrochamos la camisa sin parar de comernos la boca, hasta que nuestros torsos están desnudos y nos abrazamos, para no dejar ni un centímetro de piel de uno en contacto con el otro.

—¿Cómo te lo ha hecho Jungkook? —me pregunta en voz baja, muy cerca del oído, y después se come sabiamente el lóbulo.

No sé a qué se refiere exactamente, aunque, que hablamos de sexo, no me quedan dudas.

Medito la respuesta mientras me entrego. Al parecer al bueno de Minho le gusta saber lo que hago con otros, y a mí me parece excitante.

—Le gusta darme fuerte.

Mi respuesta provoca que se le escape un gemido.

—¿Te ha penetrado?

—Me ha follado, sí. Varias veces.

Su polla palpita dentro del pantalón.

—¿En qué postura?

Le muerdo en el hombro y él lanza un suspiro profundo, de placer.

—Por detrás —mi voz me resulta sensual hasta a mí —. Y otras veces cara a cara. Es como más me gusta.

—¿Por qué?

Bajo la mano y se la meto en los pantalones. Su gruesa polla apenas me cabe entre los dedos. Está muy húmeda. También los calzoncillos.

—Quiero mirarte a los ojos mientras me lo haces.

Me aprieta aún más. Al parecer estoy dando las respuestas acertadas porque la excitación de Minho es tal, que solo con rozarle la piel de los pezones otra bocanada de semen rica y aromática se le escapa de la polla.

Un amigo de la familia |KookminWhere stories live. Discover now