Capítulo I: Jensen (Parte 4)

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El manto de la fría noche desértica descendía, preludio de una sequía inminente

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El manto de la fría noche desértica descendía, preludio de una sequía inminente. En lo más profundo de las estancias reales, ocultos de la mirada indiscreta del mundo exterior, se encontraban los baños termales de los príncipes. Este era un lugar de esplendor decadente y opulento, una oda a la indulgencia y el hedonismo. Piscinas de mármol y ónix llenas de agua cálida y burbujeante ocupaban el centro del espacio, sus superficies lisas brillando bajo la luz suave de las lámparas de cristal. Estas piscinas estaban rodeadas por columnatas talladas y pétalos de flores flotantes, creando un escenario que parecía sacado de un sueño. Jensen, se entregaba al tranquilizante encanto de las aguas termales. El calor sedante suavizaba sus músculos tensos y opacaba sus sentidos, como el dulce néctar de la embriaguez. Sus ojos se estrechaban al borde del sueño, apoyándose en las rocas que delimitaban la piscina.

Las exigencias de las últimas expediciones habían despojado a su espíritu de cualquier respiro. Volver con las manos vacías era su más despiadado adversario. En su semi-conciencia, los patrones de las batallas pasadas tallados en los gigantescos pilares dorados entre las piscinas le evocaban imágenes de gloria y derrota. Las paredes estaban decoradas con mosaicos de cerámica que representaban escenas de dioses, semidioses, héroes y heroínas, bañándose en manantiales celestiales. Cada baldosa, cada color, parecía tener su propia historia, sus propios secretos, que sólo se revelaban a aquellos que sabían cómo escuchar.

Un eco de risa infantil rebotaba en su mente, sacándolo de su ensimismamiento. Una figura femenina emergía desde el vapor, vestida con una prenda translúcida que resaltaba sus curvas sensuales. Se movía con la gracia de una bailarina, su andar ondulante imitaba la danza de una serpiente. Los adornos dorados de su vestimenta brillaban en el vapor, y un velo cubría parcialmente su rostro, añadiendo un aura de misterio. Jensen reconocía a la figura: Juno, la Kathars, su suave piel rojiza con escamas y su cabello rosado deslumbraban, revelando una belleza a la que hasta ahora no había prestado atención.

—Haré todo lo que desees, sólo domíname —susurró Juno, su voz era suave como el aterciopelado viento del desierto.

Sin un ápice de vacilación, Jensen se puso de pie y descargó una bofetada en el rostro de Juno. Quería reprenderla con palabras duras, pero la sorpresa del momento le robó la voz. La mujer cayó al suelo, su cara ardiendo, reprimiendo su llanto. Jensen la observó, pero su sorpresa se intensificó al darse cuenta de que no era Juno, sino Bella, la sirvienta que tenía la tarea de limpiar sus heridas de guerra. Se había perdido en una ilusión.

—Mi señor ¿He hecho algo mal? La reina me mandó a atenderlo, pues tiene el brazo herido —dijo Bella con voz temblorosa.

—Retírate. Quiero estar solo. Después veré que hago con mi herida —respondió Jensen.

—Nunca has tenido tacto con las mujeres hermano —interrumpió Shaco desde el otro lado de la extensa piscina mientras masticaba uva por uva desde los dedos de una de sus concubinas—. Bella no merece ser tratada así.

Las concubinas, vestidas con túnicas de seda que se pegaban a sus formas como una segunda piel, se movían con una gracia etérea alrededor de Shaco. Sus manos delicadas y expertas vertían aceites perfumados en el agua, mientras sus voces comenzaban a entonar canciones ancestrales, llenando el aire con melodías seductoras que parecían tejerse en la bruma de vapor que se elevaba desde las aguas.

— Tsk... No me había percatado de tu presencia —replicó Jensen, con un toque de amargura en su voz, mientras se palpaba su brazo herido y volvía a sumergirse en las aguas.

—Pareciera que Dragh'Nas y Nymira estuvieran cegando tus ojos, para tejerte un futuro romántico —dijo Shaco—. haciendo referencia a las deidades del amor y el destino, cuyos caprichos eran tan temidos como venerados.

—Déjate de boberías, las divinidades no intervienen en nuestras vidas, y el destino no existe. Sólo que estos viajes me tienen exhaustos, cada día se hace más complicado saber de la corona perdida. ¿Alguna novedad sobre ello?

—La parejita no sabía nada sobre ella, ni del robo. Sólo se habían mantenido fuera de las murallas de la ciudad, concentrándose en la extracción del mineral Dranite —respondió Shaco mientras le hablaba con la boca llena.

—¿Con qué objetivo? —preguntó Jensen.

—Venderlo y poder sobrevivir. Ni siquiera sabían el valor del cuero de camello Grienze que sujetaba sus peinados, ni del telaje Hermonés del ropaje de la silvestre —respondió Shaco con cara pensativa.

—Eso explicaría el incremento de ese mineral en el mercado negro en estos tres meses. De todas maneras, eso no quita el hecho de que me insultaran en su lengua muerta y me hicieran esta herida —agregó Jensen casi poniendo a arder sus ojos verdes.

—Son salvajes, sí. Pero son habilidosos en su labor, y tienen el don de los Kathars, no hay duda. Sino, no podrían ni siquiera tomar aquellos cristales. De hecho, la chica lleva uno en el colgante que trae en su pecho, y otro en la daga con la que te hirió.

—Veo que la has mirado bien... —mencionó Jensen con algo de celos, recordando las historias de su niñez sobre los Kathars, seres míticos cuya existencia siempre había considerado parte de los cuentos de fantasía y acomodando todo su cuerpo en dirección a Shaco.

—Tú le mencionaste que nos pertenecía ¿No?

Jensen apretó sus dientes, marcando su mandíbula mientras clavaba sus ojos en su hermano.

—Es nuestra labor, Jensen —aclaró Shaco—. No tengo ningún interés personal en ellos. Además mis deseos carnales los suple tu nueva escudera.

—Ya veo.

—Sin embargo, pasado mañana serán ejecutados después del juicio —Esta frase, pronunciada con la resignación de quien conoce de antemano el desenlace de la justicia en Aly-Drania, dejó a Jensen con un sentimiento de inquietud profunda—. Ya sabes, Don Izofel II siempre decide las sentencias por adelantado.

—Así es. Es un maldito actor. A pesar de los años, mantiene sus dotes.

Shaco tomó por la nuca a la barragana que le daba las uvas, jugando con su cabello trenzado. Escogió una segunda entre las cuatro que lo bañaban pegándole una nalgada, y se las llevó a su habitación privada. Las otras dos se retiraron a su enorme cuarto de concubinas. Era mujeriego, pero se esforzaba en dedicarles tiempo, dinero y vitalidad a cada una. Jensen quedó distraído después de las palabras de su hermano tres años mayor. Así que salió del baño termal, se vistió y tomó una ruta cerca al "salón de las torturas", como le solía llamar la servidumbre a la sala al lado de la prisión.

Caminaba entre las esculturas de piedra que conmemoraban grandes héroes de batallas pasadas, cuando se detuvo a mirar una en particular, tres ídolos en una estatua. El "Tridente", así se le llamaba al grupo que tenía Izofel II, Arvis Zeratt y el Kathars; Monel Khyn, con un historial de batallas ganadas, eran dignos de admiración.

—Las ironías de la vida —dijo Marco Turmond. Que aparecía entre los pilares del pasillo, su voz llevaba el peso de los años y las batallas, una mezcla de sabiduría y melancolía que caracterizaba a los veteranos de Aly-Drania —. Antes se respetaba a los Kathars como uno más de nosotros, ahora son una raza lamentable. Bueno, los que quedan.

—¡Marco! Te iba a ver a penas llegué, pero tenía que cumplir con mis deberes —respondió Jensen como un niño que se excusa ante su padre.

—No te preocupes chico, ya no tengo más que enseñarte. Este viejo ya viene de vuelta. Las Kahazis algún día me llevarán en su camino, para juzgarme. Espero ser parte de la melodía eterna.

Entre máscaras y Cuervos (Re-editando/Re-subiendo)Where stories live. Discover now