Capítulo II: Átrafas (Parte 2)

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El alba refulgía en el horizonte, el canto de los pájaros anunciaba la llegada de un nuevo día

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El alba refulgía en el horizonte, el canto de los pájaros anunciaba la llegada de un nuevo día. Átrafas no podía evitar una carcajada al ver los esfuerzos de Adrog Abazón Da-Pum, el enano corpulento, subiendo sobre un tronco con una tenacidad cómica, solo para ajustar la nueva corona del rey, una joya de esmeraldas, rubíes y un Dranite al centro, más grandiosa que la del día anterior. La trenza cobriza de Adrog, pulcra y brillante, acariciaba la testa del monarca en cada ajuste, cosquilleando su nariz con un toque incomodo de intimidad casual.

—¿Es necesario que haga eso cada mañana? —Preguntó Átrafas muerto de la risa— ¿No hay nadie más capacitado para esa tarea? ¿Quizás más alto, mi majestad?

—Hay más, pero no de tal confianza —respondió el rey Izofel II, con su voz grave y segura. Su mirada se desvió hacia los establos—. Asegúrate de que Aydan parta a tiempo.

Aydan Alishten, montado en su caballo blanco moteado de negro, vio acercarse a Shaco. Habían compartido batallas, risas y lamentos, y hoy, él entregaba a su hermana a Aydan. Un compromiso que demandaba más que la entrega de una espada. Hoy era su día, el día por el que había entregado sus noches.

—Buen viaje, amigo mío. Vuelvan los dos de una pieza. No olvides que te confío a mi hermana —dijo Shaco, su rostro serio como la piedra—. Si vuelve con la más mínima herida, lo pagarás caro.

—Parlon Lifand —se despidió Aydan, en su lenguaje natal, que significaba más que un adiós, sino que te deseaba paz en tus días próximos.

—¡Parlon Lifand! —respondió Shaco con decisión.

Aydan, sosteniendo el emblema de Aly-Drania que colgaba de su pecho, respondió sin titubear.

—Daría mi vida por Ceres. Aly-Drania está en mi corazón. Y Ceres... Ceres es mi Aly-Drania.

Ceres era la joya de su familia, admirada por todos por el peso de lo que significaba. Elegida para representar su reino como posible sucesora de un Cuervo, asumió la responsabilidad de aislarse de la sociedad para adentrarse en el mundo de La Melodía a la tierna edad de cinco años. Había pasado once años en el templo de Kutzal, en la Isla Ballena, aprendiendo a sintonizarse con La Melodía junto a otros nobles seleccionados de los siete reinos que habían firmado "la ley de Kutzal" hace doscientos ochenta y tres años, durante el gobierno de Astrend El Victorioso. Esta ley se decretó tras largas jornadas de debates interminables. Pero el deber de Ceres iba más allá, porta la maldición de los dioses al ser "portadora" de La Melodía; su uso le costaba su vida. Con cada nota armoniosa que extraía de La Melodía, su cuerpo comenzaba a descomponerse lentamente, consumiéndose con el uso y conocimiento de este poder. A pesar de ello, Aydan la había amado desde el momento en que la conoció. Para él, ella no era solo otra noble, era su princesa. Habían compartido risas y lágrimas durante su infancia, y conocía sus secretos más íntimos. Había sentido "la verdadera Melodía", aquella del primer amor, con solo escuchar su voz contándole sus aventuras. Aydan ansiaba el momento en que podría volver a verla y ponerse al día sobre las vidas que habían llevado mientras estaban separados.

Átrafas sonrió al oír esa noticia, pues la consideraba información útil para él. Sabía que en estas tierras, el poder se obtenía a través del conocimiento o de la habilidad para manejar una espada con destreza. Lamentablemente, él sufría de la Discapacidad de Northein, una maldición impuesta por Dan•Kor•Seth, el dios de la oscuridad y la maldad. Había nacido con una mano quemada, marcada por la ira divina, que nunca sanaría. Por esta razón, nunca podría blandir un arma con su mano diestra, que en su caso era la zurda, pues su maldición le otorgaba un poder oscuro incontrolable que a veces actuaba por sí solo, especialmente durante las tormentas o los eventos volcánicos, llevando a cabo actos que él no deseaba.

Por su parte, Aydan emprendió su viaje hacia el templo de Kutzal, en la Isla Ballena, en busca de Ceres. Lo acompañaban cinco de sus jinetes más veloces. El trayecto era largo; probablemente no se le vería de nuevo hasta el próximo mes. Tomaría siete días llegar hasta Anarión siguiendo la ruta común y más segura, tres días más para cruzar "los territorios perdidos" de Novabel, y finalmente cinco días hasta alcanzar el templo de Kutzal. El viaje de regreso tomaría la misma cantidad de tiempo, siempre y cuando no encontraran ningún contratiempo en el camino.

—Buen viaje, Aydan —dijo Átrafas, despidiéndose con un gesto de la mano en buen estado.

—Los buenos deseos son bienvenidos, siempre que sean verdaderos.

	—Los buenos deseos son bienvenidos, siempre que sean verdaderos

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Adrog Abazón Da-pum

Entre máscaras y Cuervos (Re-editando/Re-subiendo)Where stories live. Discover now