Capítulo 3.

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Los jardines de Chatsworth estaban rebosantes de la vida propia de finales de primavera.

En su niñez, Anna estaba asustada de salir al jardín sola, según ella por la impresionante multitud de insectos dispuestos a llevársela. Su padre acabó con ese miedo cuando ella no tenía más que doce años, cogiéndola de la mano y mostrándole las maravillosas criaturas que habitaban su jardín. Este día era soleado, con un cielo azul sin mácula que no dejaba lugar a duda de que no estaban en Londres.

Los dos guardaban silencio, reacios a ser los primeros en romper el no tan cómodo silencio que se había instalado entre ellos. La compañía del Duque no resultaba tranquilizadora para Anna, pero no quería importunar la tranquilidad de su jardín. Su acompañante era el modelo del prototipo del noble inglés, alto rubio y con ojos azules, con las facciones delicadas típicas de un aristócrata del momento, pero su cuerpo era musculoso, algo que se podía apreciar por la manera en la que la tela de su chaqueta envolvía sus brazos y se estiraba en su espalda. Ninguno de los dos tenía ánimo de hablar, por lo que ambos permanecían en silencio, sin saber cómo llenar el vacío que lo rodeaba.

-Bueno- dijo el Lord, inseguro-, le he pedido que venga para trasladarle mis condolencias por la muerte del Duque... Y para disculparme por haberla hecho enfadar...

Ella lo interrumpió, parándose en seco frente a él, dándole la espalda, haciendo imposible que él viera su rostro.

-Acepto sus condolencias, pero no es necesario que pida disculpas - susurro-. Fui infantil al tratarlo de tal modo y he de aceptar que mi padre no volverá, ni a Chatsworth, ni a Devonshire Manor, ni siquiera conmigo- suspiró- . Solamente tengo que darle las gracias por haberse hecho cargo del ducado y no haberme dejado en la calle.

El silencio volvió a adueñarse de su pequeño trozo de paraíso mientras Lord Devonshire asimilaba lo que Annabela acababa de decir. Que una señorita fuera tan franca con un caballero que acababa de conocer, no era algo que se viera todos los días y mucho menos mientras ambos paseaban.

El caballero no parecía incómodo con la situación, pero Ana estaba que no podía con los nervios. En Londres había sido cortejada por infinidad de caballeros, pero nunca nada serio. Estar en el jardín paseando con Lord Devonshire sin carabina la ponía nerviosa. La madre Anthony y su hermano estaban dentro esperando los para empezar a cenar, pero él no estaba dispuesto de dar el paseo con Ana por terminado hasta llegar a términos que los favorecieran a ambos. La fuerza que poseía la muchacha en su interior no la había visto en mucho tiempo, su padre acaba de morir y ella seguía impertérrita ante tanto dolor causado por la pérdida de la única persona que había tenido desde la muerte de su madre.

La familia de Anthony también había pasado por algo parecido no hacía tanto tiempo. El antiguo Duque había fallecido en extrañas circunstancias y habían encontrado su cadáver unos pocos días después flotando en el Támesis. El escándalo que había supuesto para la familia, los hizo marchar de Londres, y refugiarse en Derbyshire. Cuando las noticias sobre el fallecimiento del Duque llegaron a oídos del nuevo Sutherland, este no tardó en llamar a sus abogados para hacerse cargo del Ducado. A los oídos del joven Anthony, habrá llegado ya tiempo atrás la noticia de que el anciano Duque, quien no tenía reparos en presumir de ello, tenía una hija qué era la niña bonita de Londres en su primera temporada. La pobre Annabela no había podido disfrutar de esa temporada ya que su padre había muerto nada más celebrar su cumpleaños.

Anthony supuso que eso habría sido un gran golpe para la muchacha, cuando tuviera que acogerla en su casa, se encontraría a una muchacha desolada, rota por el dolor y la pena. Grata sorpresa suya había sido encontrarse ese fenómeno de la naturaleza que lo había regañado en su propio despacho nada más enterarse de que había ocupado el lugar de su difunto padre.

Lord and Lady DevonshireDonde viven las historias. Descúbrelo ahora