Capítulo 6.

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El frio era insoportable. El ardor que antes había sentido en su pierna se había tornado cuanto menos inexistente, desplazado por los temblores que sacudían su cuerpo. Era incapaz de concentrar su atención en algo que no fuera introducir aire en sus pulmones, lentamente y produciendo un ruido chirriante procedente de su cada vez más seca garganta. Cada poco tiempo, o eso creía, sentía algo húmedo rozar su cara, pero esto se calentaba nada más tocarla.

Una presión continua oprimía tras sus párpados, pero incluso en esa situación, fuera la que fuese, no se iba a permitir llorar. Ya no sentía nada salvo la sensación de estar suspendida en el vacío. Oía voces a lo lejos y en un momento, la bruma que la envolvía se aclaró y pudo ver las sombras difusas de las personas que estaban con ella.

Creyó ver a su madre, sonriéndole al lado de la puerta; y a su padre, acariciándole la cara, instándola a mantenerse despierta.

-No puedo...- utilizar su ya de por si maltrecha voz le hizo perder las pocas fuerzas que le quedaban y justo antes de que las sombras se la llevaran, pudo ver el rostro de quien no la dejaba dormir.

Y no era su padre.

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Mientras el doctor se lavaba las manos manchadas de rojo, Anthony se acercó a la cama conteniendo las ganas de matar al doctor. Si no hubiera sido por que Annabela estaba casi inconsciente cuando el señor Hemingway había llegado, el opio no habría sido necesario. Pero el viejo carcamal había permanecido en sus trece y le había amenazado con echarlo si no dejaba de rebatirle cada cosa que realizaba cerca de la cama de su protegida.

Las tres horas y media que el doctor había estado rondando a Annabela habían sido todo un calvario, no solo por la presencia del insoportable anciano, sino por los quejidos de dolor que ella dejaba escapar cada vez que algo rozaba su pierna. Más de una vez le había resultado imposible sobrellevar la culpa y aunque Hemingway no le dejaba acercarse, hablaba con voz calmada, animándola a mantenerse consciente, ya que temía, que si se dormía no volvería a despertar.

Anthony se consideraba un hombre de honor, siempre lo había sido, desde que tenía dieciséis años y no le quedó otra que hacerse cargo de su familia y de sus propiedades. Ahora Annabela formaba parte de esa familia y por su estúpido olvido se encontraba postrada en esa cama, debatiéndose entre la vida y la muerte a causa de una herida infectada. Que no estaría ahí de no ser porque él no había vigilado debidamente a su hermano.

-Milord- le llamó Hemingway, devolviéndolo al presente-, en el mismo momento en que despierte, háganle beber mucha agua. No tiene deshidratación, pero ha perdido mucha sangre, de alguna manera habrá que reponerla. Y si no, practicaría una sangría, para deshacernos de la infección en sangre...

-De ninguna maldita manera- explotó Anthony-. Si es usted de ese tipo de doctor, que cura a alguien que se está desangrando quitándole más sangre, le aviso que ya hemos prescindido de sus servicios. Vaya abajo y busque a mi madre, ella le pagará.

Dicho esto, se volvió hacia Anna e ignoró al hombre que salía enfadado de la habitación, mascullando algo sobre los duques y su ego y que se volvía peor si poseían más de un título.

-Anna...- llamó Anthony, sin hacerle caso al doctor-. No te duermas, quédate despierta. Lo siento mucho, por favor, no te duermas. Quédate aquí, tienes que estar en el cumpleaños de James, cuando Viviana vuelva del colegio y cuando demos nuestro primer baile aquí. Tienes que encontrar al perfecto caballero con el que casarte- añadió, aunque la idea no le hacía ni maldita gracia.

-Anthony- llamó la duquesa desde la puerta.

Sabiendo lo que su madre le iba a decir, contestó.

Lord and Lady DevonshireDonde viven las historias. Descúbrelo ahora