Capítulo 17.

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Odiaba profundamente el traqueteo del coche que las iba a llevar de Derbyshire a Londres.

Solo llevaban un par de horas viajando, pues no habrían recorrido ni quince millas de un trayecto veinte veces más largo, y ya quería arrojar el corsé por la ventana.

Viviana había caído en un profundo sueño, presa del agotamiento y no parecía darse cuenta de nada de lo que pasaba a sus párpados hacia fuera. Era ridículo. ¡Ese carruaje era el demonio y ella dormía a pierna suelta!

Suspirando, Anna corrió la cortina que tapaba el cristal y se dispuso a contemplar los largos páramos que dejaban atrás. Había sido un error mandar a Glenda en el coche del equipaje con el muchacho del palafrenero, ya que no había nadie con quién entablar conversación.

En los verdes campos de Derbyshire, el anaranjado color del otoño comenzaba a ganar terreno. La temporada de caza estaba por empezar y todo el mundo se movilizaría en la hacienda de algún noble acaudalado, dejando la ciudad para unos pocos rezagados, que juntarían las fiestas veraniegas en los casinos con la temporada de finales de otoño.

Habiendo dejado atrás Derbyshire, se adentraron con el lento traqueteo del coche en el condado de Leicester.

Pidieron posada y se prepararon para pasar la noche. El nombre elegido para nombrarla no alentaba mucho a pernoctar allí. El cerdo mojado era nombre poco halagüeño para una posada en la que pretendían dormir dos damas.

Mientras el cochero les pedía una habitación y lo organizaba todo para que subieran sus baúles, Anna se encargó de despertar a la muchacha que se había unido a su disparatado viaje.

Pero la otra muchacha ya estaba despierta, y la observaba con los ojos entrecerrados, acusándola de algo que ni ella sabía.

-Ahora que estamos lejos de Derbyshire, me gustaría que me explicaras mejor esta precipitada huida.

Ni siquiera Anna entendía las razones que la habían llevado a llenar tan rápido sus maletas y salir de la casa de su infancia al amparo de la luz de la incipiente noche, por lo que no tenía ninguna excusa para ofrecer. Su mejor opción en aquel momento era intentar salir por la tangente como pudiera, pero siendo perspicaz como era, Viviana ni siquiera la dejaría hacerlo.

-Tú también has huido, ¿o quieres que me crea que solo has venido conmigo por la mera bondad de tu alma?- preguntó intentándolo al menos.

Con el ceño fruncido, Viviana le dio a entender que sabía lo que estaba haciendo y no pensaba permitir que cambiara de tema tan descaradamente. Arqueando una ceja, la miró inquisitiva para hacerle entender que no saldría de aquel carruaje si no le daba algo en lo que pensar.

- Está bien- dijo, soltando algún que otro reniego en voz baja-. Odio pelear con tu hermano, y con mi carácter lo único que conseguiría ahora es que rompiera nuestro compromiso, y yo no quiero eso.

-Así que es mejor marcharte, romperle el corazón y arreglárselo luego. Si, tiene mucha lógica, cuñada.

A Annabela no le hacía ninguna gracia que Viviana se las diera de sabelotodo inteligente porque lo que había hecho tampoco le agradaba.

-Vamos a ver, Vivi. Anthony es un cielo, es dulce, atento y cariñoso. Yo hace tiempo que acepté que nuestro matrimonio no sería por amor, pero yo de verdad aprecio a tu hermano. No quiero que por dos palabras mal colocadas en una discusión decida que estaba equivocado al pedirme matrimonio- dijo Anna, de corrido, para no darse tiempo a pensarlo mejor y callarse.

Las dos muchachas entraron en la posada y fueron informadas de que solo quedaba una habitación libre.

-En ésta época- dijo el posadero, presto a justificarse-, todo Londres viene al campo a cazar. Ya hay más de un curioso preguntándose si Chatsworth abrirá éste año sus puertas para la temporada del zorro.

Lord and Lady DevonshireDonde viven las historias. Descúbrelo ahora