Capítulo 18.

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La chica seguía viva. El incompetente de Iván, en lugar de matar al estúpido duque o al marqués metomentodo, había pensado que sería mejor pegarse un tiro y dejar de respirar.

Con un rugido de rabia, la mujer dejo caer al suelo el periódico, cogió lo que fuese que tenía más a mano y lo tiró contra el cristal de la puerta. Se hizo añicos.

Cada día que pasaba la quería muerta. Con mucha más fuerza. Todo lo que le estaba pasando era por su culpa. Esa niñata engreída tenía todo lo que le pertenecía a ella. Y ese insoportable de Devonshire no hacía más qué mantenerla entre algodones impidiendo así que sus planes, pensados para asesinarla, nunca dieran sus frutos.

Si quería acabar con ella iba a tener que cambiar su estrategia. Está comprobado que no podría acercarse a ella lo suficiente como para hacerlo ella misma. Y también le habían confirmado que no podía confiar en nadie para llevar a cabo esa tarea.

La estúpida de su hijastra acababa de llegar a Londres, como decían los periódicos. Sin saberlo, le estaba dando la oportunidad idónea para acabar con su vida. Pero debía trazar un plan sin fisuras puesto que si era descubierta todo se iría al infierno. También había llegado a sus oídos que había viajado con la hermana del duque, aquella a la que su último sicario había asustado y qué serviría perfectamente para sus propósitos. Si bien solo era una muchacha asustadiza, sería la única persona en la que su hijastra confiaría.

Con un plan perfecto formándose en su cabeza, Louisa llamo al servicio para que se hicieran cargo del desastre que había organizado.

Si todo iba según lo previsto, a ese desecho de la sociedad le quedaba muy poco tiempo.

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Cuando fue capaz de recobrar la compostura, Annabela se dio cuenta de que se había lanzado a los brazos de Anthony sin siquiera pararse a pensarlo. Recordando su última pelea, o el intento de apaciguar las cosas, ella frunció el ceño y se separó de los cálidos brazos del que era su prometido.

-Vaya yo también te he extrañado.

La racionalidad regresó como un cubo de agua fría. Ella le había pedido que no fuera en su busca y Anthony jamás la habría desoído. Lo que significaba que no estaba allí para otra cosa que no fuera romper el compromiso.

En su cabeza se libraba una febril batalla entre ponerse de rodillas y suplicarle que no la dejara y mantener su dignidad intacta, rompiendo ella el compromiso.

No tuvo que hacer nada, porque Viviana le tocó el hombro y con fría cortesía, que cortaba la densa atmósfera que se había formado, dijo:

-Estoy segura de que los caballeros han hecho un viaje muy largo y necesitan descansar.

Llamaré a tu ama de llaves, querida, para que habilite dos habitaciones para ellos. Acompáñame.

Viendo en el gesto de Viviana la mejor oportunidad que poseía para no tener que tomar una decisión de la que se arrepentiría, la siguió tras hacer una apresurada reverencia. Cortesía que la otra mujer no se molestó en copiar, sino que salió del salón con la cabeza alta y tan digna como una reina.

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Una vez los dos hombres se hubieron quedado solos, miraron a su alrededor. Otra vez les habían dado esquinazo.

-¿Qué acaba de pasar?- preguntó Townshend, por primera vez mostrando la más leve pérdida de control.

-Si no me equivoco- dijo Anthony cabeceando-, nos han dejado en la estacada. Otra vez.

El duque se acercó a la mesa en la que su hermana y su prometida habían estado cenando hasta hacía escasos minutos, y conversando alegremente.

¿Por qué un escalofrío había recorrido su espalda cuando la había mirado a los ojos?

Lord and Lady DevonshireDonde viven las historias. Descúbrelo ahora