Pasaremos la noche fuera y regresaremos al medio día aproximadamente. Observo con atención el camino trazado en el mapa.
Traeremos comida, medicinas, herramientas; todo lo que nos pudiera servir. Está claro que no podremos solas.
—No podremos solas.
—No, necesitamos a más —corrabora.
Oigo el crujido de las ramas más cercano y lo veo.
—Tenemos problemas: el sistema de comunicación no funciona, he subido al techo y faltan doce paneles. El calor ha quemado los cables —dice.
Wells Jaha, el hijo del canciller.
¿Quién en su sano juicio manda a su hijo a la muerte?
Se dirigió a Clarke en todo momento, si embargo, la que responde soy yo.
—Problema a problema. La urgencia ahora es conseguir comida —llamo su atención y me echa un vistazo como quien ve a un alienígena cabezón verde—. Helena Bennett.
—Exacto, hay que llegar al Monte Weather —sigue Clarke y repite su explicación desde cero.
—¿Donde has aprendido eso? —los hombros de la rubia se tensan ante la pregunta.
Mala señal.
La tensión en el aire sube al grado de poder cortarla con un cuchillo al volver a oír la voz del hijo del canciller.
—Tu padre...
Rodean mi hombro derecho mientras veo de soslayo una cabeza reposar en el izquierdo.
—Ah, que guay, un mapa. ¿Hay un bar por aquí? Os invito a una birra —bromea. Le descoloco el cabello que de por sí ya está de manera alocada.
—Pésimo intento, Jordan —le digo, sonriendo.
—¿Te importa? —Wells lo aleja de un empujón que lo hace retroceder unos pasos.
—Relájate —le espeto antes de volcar mi vista al trozo de papel nuevamente.
—¡Eh! No le toques, es de los nuestros —dice una voz.
