LAS VOCES SUENAN COMO UN murmullo en mitad de la noche, como si estuviera sumergida bajo el agua.
Ni siquiera la presión en mis brazos me ayuda a salir de la jaula de mi propio cuerpo, hasta que una chillido angustiosa taladrar mis oídos.
—¡Helena!
Mi cerebro hace clic de repente y me trae de nuevo al ahora, que es mucho peor que sentirme atrapada en mi misma.
—Estoy bien —mascullo, moviendo la cabeza a la par que lo digo—. Estoy bien.
Clarke suelta el aire de una sola vez. Me pongo de pie y detecto la voz de Raven entre el barullo de ruidos. ¿En qué momento he llegado al campamento? No lo recuerdo.
—Aquí Raven Reyes llamando al canal del Arca.
Doy un paso y luego otro hasta llegar a su lado.
—Aquí Raven Reyes llamando al Arca, por favor contesten —repite desesperada, con el miedo empapando cada palabra que sale de su boca—. Vamos... ¿Hay alguien que pueda oírme?
Cuando le espeta a alguien que está en la frecuencia correcta le pongo la mano en el hombro.
—Raven, lo conseguirás ¿de acuerdo? —le aseguro en un susurro. Me apreta la mano y sus ojos cristalizados se cierran un momento mientras asiente despacio, implorando paciencia.
No retira la mano de la mía al intentarlo nuevamente. Volteo y me arrepiento al instante en el que lo hago, porque me encuentro a mi amigo con el mango negro sobresaliendo de su torzo y es como si me apretaran el corazón en un puño para luego seguir con cada parte de mis entrañas.
Culpa.
Es mi culpa, yo fui quien le pidió que se acercará.
Debería ser yo la que luchase por su vida en esa camilla, no él.
—¡Mierda! —maldice Raven, golpeando la mesa con el puño.
Trago las lágrimas y el nudo de mi garganta, y le quito el comunicador para ponérmelo.
—Soy Helena Bennett de Los cien llamando al Arca, si alguien me oye que responda de inmediato. Estamos vivos y necesitamos su ayuda —digo con toda la firmeza que logro acumular—. Repito, soy Helena Bennett de Los cien y llamo al Arca, por favor, responda si me recibe.
