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Zoe nunca había pasado tanto tiempo sin hablar, desde aquella absurda discusión, ninguno de los dos se había animado a emitir palabra.
Agradeció que sólo restara una hora de caminata, aunque en varias oportunidades estuvo a punto de volver a iniciar una conversación, se había dicho a sí misma que no debía hacerlo. Noah había complicado las cosas, le había dado demasiadas vueltas y ella había terminado arruinando las pocas posibilidades de volver a tener al menos una amistad que le quedaban. Ahora estaba algo arrepentida por no haberlo dejado hablar, pero su orgullo le impedía retractarse.
Con el correr de los minutos, aquel enfado comenzó a transformarse en preocupación, recordó que no habían usado protección y ella no había vuelto a tomar píldoras desde su llegada a Misiones. Debía encontrar una buena excusa para pedirle a Lucía que la llevara a la farmacia lo antes posible.
Ni bien llegaron a la base del refugio, el aroma de la deliciosa comida de Doña Paula, los dirigió directamente al comedor. Allí recibió los abrazos de todos y cada uno de los integrantes de aquella improvisada familia de la que comenzaba a sentirse parte. Les contó con gracia todas sus aventuras, obviando por supuesto aquella noche lujuriosa, y con las sonrisas instaladas en los rostros de todos comenzó a olvidarse un poco de su enojo.
Noah, sin embargo, parecía perdido en sus pensamientos. Escuchó las primeras anécdotas y rápidamente se excusó para retirarse.
Verla comenzaba a dolerle.
Se sentía un tonto por su reacción, se había precipitado, ni siquiera la conocía realmente. Sabía que era auténtica, conversadora y risueña. Sabía que se había criado sola con un padre que intentó darle lo que creía necesario. Sabía que era aventurera y temeraria. Pero en realidad no sabía de su situación sentimental.
Recordó que casi le había suplicado no tener que regresar a Buenos Aires y comenzó a imaginar que existía alguien allí a quien no deseaba volver a ver. Le sorprendió que el simple hecho de imaginarla con otro hombre le desagradara tanto. Cabía perfectamente en sus brazos y comenzaba a sentir que allí era dónde pertenecía.
Con tantas ideas revoloteando en su mente prefirió alejarse. Necesitaba un poco de silencio para decidir su próximo movimiento y esta vez no deseaba arruinarlo.
Zoe terminó de comer y arregló con Lucía para ir al pueblo más tarde. Sin embargo, en cuanto apoyó su cabeza en la almohada cayó presa de un sueño arrasador.
Unos golpes insistentes la despertaron tiempo después. No terminaba de comprender si era de día o de noche cuando le abrió la puerta a Bernardo.
-Perdón Zoe, es que no encuentro a Noah y Tito se arrancó la medicación.- le explicó el hombre algo preocupado.
El jaguar Tito se recuperaba con muy buen pronóstico, pero eso hacía que cada vez estuviera más inquieto. Había sido muy difícil que continuará con el suero y por eso habían decidido dejarle una vía colocada sin conexión, le quedaban pocos días de antibiótico, pronto iniciaría su período de adaptación para regresar a la vida salvaje.
Zoe se apresuró a acomodarse el cabello y lo siguió hasta su jaula.
El animal estaba vigoroso y eso hacia algo más complicada su intervención.
-Tengo un tranquilizante, ¿necesitas que lo aplique? - le preguntó tomando la pistola con sus manos.
Zoe dudó un poco, pero el jaguar se sentía amenazado, aquella jaula estaba resultando demasiado pequeña ahora que podía andar y eso no ayudaba.
-Creo que va a ser lo mejor. Una vez que se duerma voy a revisarlo y si todo está bien deberíamos pasarlo a un lugar más grande.- le dijo con seguridad.
Bernardo hizo lo que le pedía y en poco minutos el pequeño felino yacía quiero sobre la tierra. Lo examinó con cuidado y al notar que todo estaba en orden lo alzaron para moverlo hasta un lugar mejor preparado.
Esperaron del lado de afuera a que Tito comenzara a despertar. Zoe creía haber hecho lo correcto, pero no quería volver a discutir con Noah. ¿Dónde estaba él ahora?, pensó algo fastidiada.
Al ver que el jaguar comenzaba a moverse se alertó, Bernardo colocó su mano sobre su brazo.
-Va a estar bien, hiciste lo correcto.- le dijo el hombre intentando transmitirle algo de tranquilidad.
Zoe sonrió y le dio unas palmadas sobre su mano en señal de agradecimiento. Se quedaron varios minutos observándolo. Todo parecía estar bien.
La penumbra de la tarde se transformó en noche y Bernardo le sugirió que lo dejaran, pero ella insistió en quedarse un poco más.
-Andá yendo, yo me voy a quedar un ratito más y te alcanzo.- le dijo con una sonrisa y el hombre no tuvo más remedio que aceptar.
Se quedó sentada observando al felino, el silencio le daba algo de armonía y su mente volvió a llevarla irremediablemente a Noah.
Cuando el frío alcanzó sus brazos miró su reloj y se sorprendió. Había pasado una hora allí sin apenas notarlo.
Comenzó a regresar caminando y al ver la casa de Noah, que se encontraba algo más alejada del resto, notó que la luz estaba encendida.
Decidió acercarse un poco, quería avisarle lo que había hecho para evitar malos entendidos.
Tocó la puerta algo dubitativa y al escuchar sus pasos acercarse comenzó a sentirse nerviosa.
-Zoe.- dijo Noah al abrir la puerta, con su cabello mojado y apenas sus pantalones. Ver, una vez más, aquel torso desnudo la obligó a tragar saliva.
-Sí. Disculpame no sabía si estarías durmiendo, pero quería avisarte que tuve que asistir a Tito.- le explicó sin atreverse a mirarlo a los ojos.
-Aunque quisiera no podría dormir.- le respondió él, apoyando su codo en la puerta abierta.
-¿Qué le pasó al jaguar? - volvió a preguntarle algo preocupado.
-Nada grave.- comenzó a responder Zoe, mientras se apretaba los dedos de su propia mano para mitigar los nervios.
-Perdió su vía, pero sólo quedaba una dosis. Decidimos dormirlo para administrársela y pasarlo a la jaula de adaptación.- agregó observando aquel enorme tatuaje que llevaba en el pecho.
-¿Decidimos? ¿Vino alguien más?- le preguntó Noah asomándose afuera algo nervioso. De repente imagino que había llamado a otro veterinario, ¿qué le estaba pasando? ¿Desde cuando era celoso? Se estaba volviendo loco.
Zoe por fin sonrío.
-No.- le dijo aun sonriendo.
-Bernardo me ayudó.- le aclaró.
Noah volvió a mirarla y esta vez no quiso callar más.
-Perdón por irme, necesitaba pensar en soledad.- le explicó.
Entonces ella por fin lo miró a los ojos pero no habló.
-¿Querés saber por qué no podría dormir aunque quisiera? ¿Por qué necesitaba alejarme? ¿Por qué necesitaba pensar? - le preguntó acortando la distancia entre los dos.
-No sé si quiero saber.- le respondió ella apretando los labios, como si se estuviera conteniendo.
-Porque no puedo dejar de pensar en vos. Porque me muero de ganas de volver a besarte. Porque fui un idiota y quiero pedirte perdón.- al ver que ella levantaba una de sus manos y comenzaba a acariciar aquel tatuaje, por fin sonrió.
-Porque tengo la creciente necesidad de que el "buen sexo" se transforme en extraordinario.- dijo y sin dejarla responder tomó su brazo y la arrastró hasta el interior de la cabaña, para cerrar la puerta después.

Un sendero hacia tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora