|Capítulo 2: Vorxeis|

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Si hay algo que he aprendido con el paso del tiempo y de las eras, es que, en el tejido de la Existencia, los lazos que unen a las almas no reconocen de tiempos ni distancias

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Si hay algo que he aprendido con el paso del tiempo y de las eras, es que, en el tejido de la Existencia, los lazos que unen a las almas no reconocen de tiempos ni distancias. Son hilos invisibles que, más allá de la vida, trazan puentes entre las almas de los seres humanos.

 Son hilos invisibles que, más allá de la vida, trazan puentes entre las almas de los seres humanos

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Ciudadela Principal, Vorxeis. Reino de Liafer.

La inquieta Daivat se entregaba a la melodía imaginaria que resonaba en su cabeza, a la par que danzaba con gracia a los alrededores de la fábrica de sus padres.

Los movimientos expresaban un entusiasmo desbordante y exhibía un espíritu indomable. El viento, cómplice del momento, le alborotaba el largo y sedoso cabello anaranjado que la seguían en cada giro y salto. Los pies descubiertos se deslizaban con soltura sobre la superficie áspera de la vereda, dejando —tras de sí— huellas efímeras que se borraban con cada nuevo paso.

—¡Syo! —gritó Thyskol, emocionado.

Syoxi se detuvo en seco y giró hacia él con una expresión risueña.

Se envolvieron en un abrazo afectuoso.

Al separarse, Syoxi desvió la contemplación hacia el padre del niño de piel aceitunada, Gubbara. Este se acercó al umbral del taller con marcha estable. Como muestra de respeto, a lo que ella inclinó la cabeza en una reverencia.

Mir, señor Gubbara —saludó, cordial.

Pese al semblante serio, el referido respondió exhibiendo una mirada cálida y amigable que iluminó el rostro arrugado por los años de arduo trabajo.

Zir, jraktar. Manténganse cerca, ¿de acuerdo? —pidió con voz firme antes de ingresar al recinto.

Syoxi y Thyskol asintieron con solidez.

Las etapas transcurrieron; el astro solar comenzó a descender en la lejanía, tiñendo el cielo con tonos rojizos y purpúreos que se reflejaban en los rostros emocionados de los niños. Las sombras alargadas de las montañas se proyectaron sobre ellos, produciendo una calidez momentánea y apaciguando el calor del ambiente.

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