11 Mansión

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Los meses pasaron y con la llegada del año nuevo, recibimos noticias de Adrien. Él y Leah se encontraban en Francia, en la inauguración del club de Travis, su compañero de trabajo. Pierre leyó la carta recibida en voz alta, omitiendo las partes personales, que específicamente iban dirigidas a él y me alegró saber que ambos se encontraban bien.

Adalia, pasaba los días estudiando, días atrás Pierre había viajado a Madrid por asuntos familiares, de paso, le había regalado unos libros de música a mi hermana. Aquel gesto no pasó desapercibido para mí. No era común, que Pierre fuera detallista.

Mis paseos por el pueblo se alargaron, cuando tenía días libres bajaba en trasporte público al centro de la ciudad. Asturias era precioso, pero demasiado frío y lluvioso para mi gusto. Así, una tarde de febrero, conocí a Pedro, un apuesto joven de dorados cabellos que trabajaba en una fábrica de zapatos. En un principio, nuestros ojos se encontraron en aquella pastelería. Iba a comprarle unas pastas a mi hermana, él a su abuela. Tendría entre cinco y siete años menos que yo, pero la edad era algo que nunca me había importado. El instinto animal se avivaba cada vez que veía algo que me gustaba, y no iba a reprimirlo. Me sentía aislada viviendo en medio de la montaña con la misma compañía de siempre. En un principio, nuestros encuentros eran al aire libre, en parques, descampados, a oscuras, o en rincones. Nunca me había sentido así con un hombre, tan segura de mí misma, tan a gusto. Su aguante y comunicación conmigo era exquisita, al igual que sus modales galantes y sus ojos azules. Me gustó descubrir que aquel muchacho se dejaba dominar por mí, cosa que ningún otro hombre con el que había estado se dejaba, y me sorprendió descubrir aquella parte distinta de mí. Lo que en un principio era sexo se transformó en una amistad con el tiempo. Adalia, se sentía extraña cada vez que lo traía a casa, pero nunca lo hicimos allí. Me parecía una falta de respeto.

—¿Cómo puedes compartir eso sin sentir nada? —preguntó Adalia dolida.

—¿Quién te ha dicho que no siento nada? Siento atracción, confianza y amistad. Lo que compartimos Pedro y yo es natural, es nuestra manera de entendernos y comunicarnos. Tampoco puedes recriminarme que quiera sentir contacto con alguien de ese modo... Hace meses que he estado sola aquí con vosotros.

—Perdóname Francis... Tienes razón, tan solo me cuesta entenderlo, por mi pasado.

Asentí en silencio. Pierre llegó a casa antes de lo esperado.

—Marchamos a dar un paseo —expresó Adalia ilusionada. Entonces lo comprendí todo. De repente, Pierre había mostrado con pequeños y relucientes detalles un interés progresivo y repentino por mi hermana ¿Cómo podía ser? Si tan solo hacía unos pocos meses lo había rechazado. Adalia se merecía un hombre que estuviera a la altura, paciente y merecedor de su incondicional amor. En el fondo, ella era una chiquilla que buscaba con desesperación vivir su propia historia de amor, la misma que yo viví y que tantas veces había envidiado con sus comentarios y sus anhelos por conocer cada detalle íntimo de lo que un día fue. Aquella, fue la primera vez en mi vida que me enamoré, pasaron tantísimos años ya... Ahora, tan solo recordaba con brío lo sucedido, y me centraba en el porvenir, uno fantasioso, en el que ella se volvía a colar en mis pensamientos por mucho que lo intentara negar.

Las relaciones, me resultaban muy complejas. Con el tiempo corté toda relación con Pedro, ya que confesó que estaba enamorado de mí, y yo, no podía corresponderlo de esa manera. Me pesó mucho herir sus sentimientos, pero no tanto como enterarme de que Pierre iba a casarse al fin, y con alguien demasiado cercano a mí, mi hermana Adalia.

Mi razón se imponía ante aquella absurda idea. Sabía que Adalia lo amaba, pero Pierre, no la amaba a ella, y querer formar una vida a la fuerza con alguien vulnerable, por mero egoísmo y sentimiento de soledad, me resultó la cosa más cobarde y rastrera del mundo. Comprendí que no podía oponerme a la idea. Si lo hacía, si me enfrentaba a ambos acabaría perdiendo, y peor aún, heriría los sentimientos de mi hermana. Me imaginaba sus palabras cegadas por el amor en mi mente: "¡Puedes tener a cualquier hombre! ¡Y ahora me toca a mí ser feliz!" Y la comprendía. Comprendía que me guardara rencor de cierta forma.

El Tren ItineranteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora