16 La matutera

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Aquella noche Palma abrió sus puertas cinco minutos más temprano de lo habitual. Los mismos matrimonios de siempre rellenaron las mesas en menos de lo esperado, clientes de todas partes de la ciudad asistían todos los viernes al mismo antro, con la esperanza de buscar bebida, buena música, y la compañera de baile más seductora de la Habana. Para su fortuna, el whisky de calidad siempre era una opción, más barato que la cerveza. Un saxofón, unas maracas, unos bongos, un contrabajo y una soprano meneaban sus caderas mientras comenzaban a entonar la primera melodía de la velada. Las parejas no tardaron en reaccionar, brindaban sus copas y bailaban al ritmo de la guaracha. Rondaban casi en su totalidad las pieles trigueñas, algunas más oscuras que otras, algunas negras y pocas horas más tarde, cuando el local se encontraba abarrotado, entraron por la puerta dos caballeros blancos como la luna, que no tardaron en llamar la atención al importunar de más a las señoritas que buscaban trabajo. Las habían de todas partes, nigerianas, jamaicanas, cubanas... Rida era una de las nuevas, una marroquí que no tardó en llamar la atención a uno de los europeos. Era su primera noche, estaba aterrorizada, el islam le prohibía mantener relaciones con hombres de distintas religiones ¿Cómo pretendían obligarla cada noche a seducir a un individuo distinto? Antes de que fuera demasiado tarde una exótica mujer le cortó el paso.

—Perdona cariño, esta dama tiene dueño —acto seguido la agarró de la mano dirigiendo a la muchacha hacia una mesa.

—Siéntate aquí con nosotras, hay una compañera que quiere conocerte.

Rida se sentó con timidez en una de las sillas libres. Enfrente, se encontraban dos cubanos sentados en un sofá, ambos tenían una mujer a cada lado, reían, fumaban y conversaban hasta que un par de ellos salieron a bailar. Su corazón latía deprisa, y se sentía más desprotegida de lo habitual al no sentir el velo en su pelo. Se fijó en las luces amarillentas que se extendían por todo el espacio, en medio de la sala, había un patio en el que se encontraba el escenario, y desde ahí salían numerosas palmeras que cubrían gran parte del cielo, realmente era un lugar precioso.

—Toma chiquilla —indicó. Aquella mujer alta y de rasgos exóticos había regresado y prácticamente había posado un vaso de whisky entre las manos de la joven. Cuando bebió no le dio tiempo a tragar, en cuanto sus labios probaron aquella bebida tan fuerte escupió el líquido en el mismo vaso. La madame negó con una sonrisa.

—Para colmo no debes entender ni una palabra de lo que te digo —esclareció—. Al fin llega tu salvadora.

Una mujer blanquísima se sentó enfrente de la musulmana, sonreía con gracia y se acariciaba el abdomen, casi cuatro meses hacía desde que la criatura anidaba en su vientre. No dijo ninguna palabra al principio, tan solo le ofreció un zumo tropical que se bebió al instante. Esperó paciente, y susurró en alemán:

—Vienes desde la otra punta del charco y eres una bella chiquilla, mandaré alguien para que te guíe con la matutera, ella te enseñará español y te pondrá a trabajar en tareas domésticas.

Aunque Rida no había entendido ninguna palabra, sintió un destello de esperanza, venía de un sitio horrible en el que casi la obligaban a casarse con un señor mayor para compartir sus riquezas con su familia, a otro peor. Terminó la canción y se escucharon los aplausos por todo el espacio.

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