29 Despedida

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No sé cómo ni cuándo, pero había llegado el momento. El segundo día del año fue de los peores días de mi vida. Mi amante y yo lloramos sin parar al tener que despedirnos de aquella maravillosa mansión. Aquella vida parecía un sueño, aquellos días habían pasado demasiado rápidos.

No estaba segura de qué iba a hacer. Tenía que visitar a Killian, preguntar por los billetes de avión y viajar hasta Cuba, buscar a mi hermana para terminar la pesadilla de una vez. Empezar una nueva vida. No iba a ser fácil. Nada fácil. No podía dejar que ella viniera, no podía volverla a perder, que Adrien reclamara a su esposa, a ojos de la ley podía hacerlo. No podría soportar perderla. Mi sangre ardía al saber que estuvo retenida con ese indeseable. Pero que tuviera que tomar la decisión de irme sin ella... Se me partía el alma. Volvernos a separar... Mi corazón se hacía trizas solo de pensarlo. Aunque mi amor era más fuerte, la amaba más que a mí.

Cuando llegamos al apartamento estaba Naina, la antigua sirvienta de la mansión de Adrien.

—Feliz año chicas ¿Cómo estáis?

Intercambiamos una corta conversación. Nos anunció que Katherine había comenzado una relación con un británico y se había marchado a Inglaterra sin despedirse. Sentí lástima por nuestra amistad, pero no la volví a ver nunca más. Comprendí que hay personas que simplemente desaparecen de tu vida. Siguen su camino, aunque hayan sido importantes para ti, por ello, tan solo puedes aprender de esa experiencia, quedarte con los buenos momentos y dejar de lado el rencor para seguir avanzando. Ahora tenía a mi lado una compañera de vida. Tenía a mi lado a una mujer que me amaba de verdad, era el amor de mi vida, era mi mejor amiga, era mi familia. La familia que siempre quise tener, la única que me hace sentir en un lugar seguro. Ella siempre fue mi refugio. Con ella siempre me siento en casa.

...

Madrid, 8 de enero de 1948.

Eran las dos en punto cuando mis manos sostenían una pequeña maleta de cuero marrón. A mi lado estaba Killian, con la barba más prolija de lo normal. Con la mirada perdida y su usual forma de vestir: pantalones vaqueros y camisa de leñador, aunque esta vez una gabardina negra reposaba sobre sus hombros. Su equipaje era escaso, todas sus pertenencias se refugiaban en su mochila americana.

El ajetreo del aeropuerto de Madrid era el usual, miles de viajeros entraban y salían. Fruncí el ceño al escuchar los pasos de la multitud, los zapatos chirriaban contra el suelo debido a la lluvia de la madrugada. Ahora chispeaba. Sostenía con las manos el contorno de mi largo vestido granate. Tenía los ojos hinchados desde hacía días, pero seguía manteniendo mi postura. Tan solo quería protegerla, no podía permitir que le ocurriese algo. Sabía que Adrien haría cualquier cosa para recuperarla. Conocía bien a ese psicópata. Acechaba nuestra llegada, mi llegada para recuperar a mi hermana Adalia.

—Todo va a salir bien chiquilla. Confía —dijo Miller posando su mano sobre mi espalda.

Me aparté una lágrima. En mi vida me había sentido tan rota. Tan vacía. Estar lejos de ella era como si me hubieran arrancado una parte de mí, pero no cualquier parte, la parte más importante. Mi corazón entero. No podía recordar nuestra despedida. Hacía una semana que no la veía porque Killian y yo habíamos tenido que resolver papeleos sobre nuestros pasaportes en Madrid. Odiaba esta ciudad.

Desgarro siento en mi cabeza, porque callo a mi corazón.

Heridas profundas que habitan en lo más recóndito de mi mente.

El latido está cansado de funcionar, aunque sigue latiendo con fuerza, ágil, rápido, ante el recuerdo de tus besos, esos que profundizaron en todos lados, esos que se enlazaron con la boca cerrada, abierta, partida, mordida, suave y tuya.

El Tren ItineranteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora