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Ambos terminaron su desayuno y se prepararon para salir. Mientras se dirigían al mercado, continuaron conversando y compartiendo anécdotas de sus vidas y pasiones. El mercado resultó ser un lugar colorido y animado, lleno de puestos que ofrecían una amplia variedad de alimentos, artesanías y productos locales, ellos se sumergieron en la experiencia, disfrutando de la atmósfera animada del lugar.

— Si yo fuera una fruta, definitivamente sería una piña. ¡Porque soy un poco raro pero dulce! — Suguru por su parte rió.

— Bueno, en ese caso, yo sería un kiwi. Pequeño pero lleno de sorpresas. — el albino quedó pensando un momento.

— Mmm, bueno, pequeño... tú no eres pequeño... a menos que... — su expresión cambió, cerró sus ojos.

— ¿Qué? — enarcó una ceja.

— ¿Qué cosa? — estaba avergonzado. — ¡Oh! ¡Mira esto! — señaló y se alejó.

«Satoru…», sonrió tontamente y luego fue hasta donde él estaba, sin indagar más.

— ¿Qué te parece si vamos a una galería de arte? — cuestionó Satoru.

— Pero apenas acabamos de llegar al mercado… — agregó intentando sonar un poco triste.

— Sí, lo sé —  aún se sentía avergonzado.

— ¿Entonces? —  lo miró expectante y suspiro — Bueno... vamos — asintió y se marcharon del lugar.

Caminaban hacia la galería de arte, el ambiente se volvió un poco más tranquilo. Ambos parecían estar inmersos en sus propios pensamientos, aunque de vez en cuando sus miradas se cruzaban tímidamente y luego se apartaban rápidamente. El silencio entre ellos era cómodo, pero había una tensión suave en el aire, como si estuvieran a punto de decir algo importante, Suguru notó que Satoru jugueteaba nerviosamente con las manos, y eso le hizo sonreír internamente.

A medida que avanzaban por las calles, Satoru ocasionalmente le lanzaba miradas furtivas al pelinegro, quien parecía perdido en sus propios pensamientos, se sentía atraído por su aparente timidez.

El tiempo parecía detenerse mientras caminaban juntos, sus corazones latiendo al unísono, aunque ninguno de los dos se atrevía a romper el silencio, pero en medio de ese silencio, había una conexión profunda que se estaba forjando, una conexión que iba más allá de las palabras.

Finalmente, llegaron a la galería, y Suguru pudo sentir cómo su corazón latía aún más fuerte al entrar en ese espacio lleno de expresiones artísticas. Miraron las pinturas y esculturas con admiración, compartiendo miradas furtivas y sonrisas tímidas de vez en cuando, sin decir una palabra.

El arte parecía hablar por ellos, expresando emociones que ninguno de los dos se atrevía a expresar en voz alta. Satoru se encontraba en su elemento, disfrutando de la galería de arte de una manera que solo él podía hacerlo.

— ¡Este lugar es genial! Deberían tener una exposición dedicada a mis bromas terribles. — exclamó.

— Sí, podríamos llamarla 'El Arte de Hacer Reír a la Gente... o Hacer que Rueden los Ojos' — Suguru respondió con una sonrisa traviesa.

El albino cerró sus ojos en un intento de parecer molesto, pero en realidad, parecía adorable en su actuación, a Suguru le pareció aún más graciosa la escena y no pudo evitar reírse a carcajadas. Satoru se quedó mirándolo, sus ojos brillaban con una mezcla de diversión y sorpresa.

— ¡Deberías ver tu cara!  — intentó contener la risa, pero no pudo evitar seguir riendo. Las mejillas de Satoru ardían intensamente.

«Es lindo cuando sonríe», meditó mientras lo observaba. La risa de Suguru era contagiosa y la alegría que sentía en ese momento era indescriptible.

Reunion Of Hearts || SatoSuguDonde viven las historias. Descúbrelo ahora