Lanta (2)

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LUCERYS

A solas en la habitación, Lucerys fue poseído por la ensoñación a la posible disputa de la pronta reunión del consejo que iba entorno a él hasta la improbable idea ligada al caso del heredero de Driftmark. Regresar a Desembarco había sido un suceso obligatorio. Claro que, se había negado a dejar la conversación a sus temores de lo que fuese necesario, pero su madre había insistido en que no adquiriesen más tintes denigratorios. En cuanto a la reunión, bueno, de una forma o de otra, averiguaría todos los detalles. Pero él estaba casi seguro de que su madre las apañaría por él, no era lo correcto, aunque sí lo más factible. Por lo tanto, había de adelantarse a cualquiera de las posibilidades.

Aún así pasada una hora sin que su madre se apareciera, distrajo a su cerebro en un esfuerzo a vislumbrar más allá de lo que la vista de la enorme ventana frente a él tenía para ofrecer. Habían transcurrido dos días desde su llegada. En Dragonstone, no llegaba a ver el esplendor del sol, en la capital en cambio, el sol caía con fuerza sobre el pueblo, haciéndolo parecer un fogón en llamas. Sin transformarse en una brisa templada, la gente no lo soportaría, menos siendo bañados de un pegajoso sudor en lugar de agua fresca y limpia. De lo más seguro, no había de otra que agachar la mirada y continuar con las labores. Así que, se decidió a recibirlo de lo mejor, y gozaría de un clima fresco en Dragonstone.

Sin nada más que disponiera a distraerlo, después de haberse debatido posibles problemas en su vida, cuando detrás de su espalda resonó el quijido de las puertas al ser abiertas. Lucerys se preguntó si era apropiado recibir a su madre con el fin de sacarle el tema, pero sabía que ella empezaría con su típica manera de hablar de los asuntos delicados. Con todo, pasaron unos minutos y aguardó a que alguien hablara, pero sólo escuchó el silencio de la habitación. Con la creciente tensión, Lucerys decidió preguntar lo que tenía en mente.

—¿Qué fue lo que dijeron está vez? —preguntó Lucerys con un aire poco airado mientras se acomodaba en el sofá.

—No sabes el esfuerzo sobrehumano que hago para estar aquí. —A Lucerys se le cayó el corazón a los pies.

«No, no podía ser él, ¿o si?, ¿qué hace aquí?» Lucerys se preguntó, sintiendo el sudor bajar por sus costillas y tragó, tan fuerte que él podía haberlo escuchado. De pronto, sintió su ropa apretarlo, sin darle chance a respirar como normalmente debía hacerlo.

Su cabeza daba vueltas y su poca confianza flaqueó.

Aemond Targaryen era la última persona que esperaba ver en el castillo. En ese momento. En su situación. Entendía que llegaría el día dónde no se podría ocultar fácilmente de un hombre como él, y menos luego de la última vez que se vieron, de la última vez que lo sintió tan cerca como ahora.

Hace tres años, cuando lo encontró arrodillado en la arena de la playa luego del funeral de su hermana, por primera vez a la conmoción de la noticia. Él había estado allí para consolarlo que lo perdonará de algo, que en ese momento, no tenía en claro si había sido por su culpa. Y cuando intentó tocarlo para que lo viera a los ojos, no lo dejó ir sin dejarle roto el corazón. Después de eso Aemond simplemente se fue. Ignorando su dolor. Su luto.

—Lucerys —lo oyó escupir su nombre burlonamente. No pudo evitar fruncir los labios ante el disgusto.

En ese preciso instante, Lucerys empezó a sucumbir al pánico mientras lo sentía acercarse lentamente, de pensar tenerlo tan cerca después de todo le causó un nudo en la garganta. Pánico e incredulidad. ¡Aemond había llegado a matarlo ahora que se encontraba solo! Aquello era para pedir ayuda, pero se contuvo. No sabía si por el miedo o era el deseo de saber qué estaba haciendo allí.

The blood of duty.Onde histórias criam vida. Descubra agora