Hāre ampā (13)

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Cuando llegaron a la habitación que le pertenecía a ambos, estaba llena de actividad. El Maestre Gerardys estaba allí, con los instrumentos adecuados para curar la herida de su esposo, Lucerys dejó escapar un inaudible sollozo para los demás cuando alcanzó a escuchar el gemido de dolor que se escapó de Aemond al estar en la cama.

—Los encontramos —aviso un guardia a Aemond, al detenerse delante de su cara. Sabía que quería dormir, pero al parecer no dejaban que descansara porque también sabía que por tratar de ponerse al tanto de lo que sucedía no estaba en esa disposición, y eso le revolvió de nuevo el estómago. —Bueno, a uno de ellos. Uno de nuestros arqueros le dispararon una flecha a su cabeza. Pero el otro desapareció en el bosque. Teníamos un camino de huellas en la tierra, pero desaparecieron a varios metros del área.

Le costaba mantener la concentración por culpa del miedo por la flecha que seguía incrustada en el costado del estómago de su esposo, aunque sintió una sensación de seguridad. «¿Querían matarme? Pero, ¿quiénes? —pensó—. Bueno, al menos estamos a salvo, por ahora». Lo único que podía hacer era aferrarse a la mano de la criada de confianza de su madre, Elinda, rezar para sus adentros y encontrar la calma para poder dejar de temblar y no ser preso del pánico.

Pero le estaba resultando casi imposible cuando los recuerdos se estrellaban contra él.

Había bastado un segundo para que todo cambiará y se encontraran donde estaban. Personas desconocidas, prácticamente eran nadie para él, habían intentando dispararle una flecha, no solo a él, sino a sus guardias también. El pavor lo hizo estremecer, y apretó más fuerte la mano de la criada.

Él habría sido gravemente herido sino fuera porque Aemond llego a tiempo. Lo peor, probablemente para ahora ya estaría muerto. Y tampoco se iba a detener a ponerle importancia por la repentina necesidad de su esposo por protegerlo, lo que sí sabía con seguridad era que estaba vivo gracias a Aemond.

—No quiero que nada de lo que ocurrió salga de Rocadragrón —siseó Aemond. Veía en su rostro como tensaba la mandíbula por no agraviar con palabras al maestre por la herida que ardía cuando comenzó por deshacerse de la ropa y a limpiarlo—. Busquen a cielo mar y tierra a ese infeliz. Que todo sirviente y doncella sepa que si lo ocurrido el día de hoy se rumorea por ahí, se las verá conmigo y Vaghar. No tendré piedad a las lenguas flojas. Advierte a todos. ¿Entendido?

El Maestre Gerardys frunció los labios, como si ya hubiera escuchando esa amenza antes. O eso supuso. Una de las criadas se acerco para hacerle beber de un tazón marrón un poco de la leche de ampola que Aemond se bebió en un solo sorbo.

Los pocos guardias asintieron con la cabeza.

De la garganta de Aemond, un aullido doloroso dejo paralizado los músculos de Lucerys por el terror que sintió cuando el Maestre comenzó por sacar la flecha de su carne, y varios gruñidos le siguieron por un intento de mostrar que todo estaba bajo su control. Rocadragrón ya no era seguro. Allí, vulnerable mientras el maestre sacaba la flecha y trataba de detener el sangrado, tirado sobre la cama con los puños cerrados en las sábanas blancas esperaba a que pasara lo interminable.

—Tenemos que averiguarlo, me oyen. Tienen que, tienen que encontrar a los que intentaron matar a mi esposo, ¿me oyen? —Aemond hablaba con el sonido rechinante de sus dientes al sentir como le suturaban la herida.

Lucerys arqueo las cejas con las mejillas bastante empapadas de lágrimas.

Al parecer, él no había notado su presencia en la habitación, pero eso le dio igual porque se apartó de la mano de Elinda para ponerse al lado de su esposo y poner su mano sobre la suya. Ignorando la aguja que atravesaba la carne con una mueca mientras se limpiaba las mejillas y apretaba el dorso de su mano, un intento por transmitirle seguridad.

The blood of duty.Where stories live. Discover now