Capítulo 12

180 22 8
                                    

Resultaba extraño sentirme tan a gusto y protegida. Permanecimos así un largo rato, completamente inmóviles y silenciosos. Cerré los ojos tras la venda, soñolienta. Su respiración era tan pausada y regular que tal vez se hubiera adormecido. La forma en que se estremeció poco después, retrepándose en el taburete, lo confirmó.

—Viene tormenta —murmuró besando mi frente—. Dejaré la entrada protegida. Recoge cuanta leña puedas y renueva el agua.

Me ayudó a incorporarme y se alejó hacia el fondo de la cueva.

—¿Puedo vestirme, mi señor?

—Por supuesto.

Me respondió a un volumen casi normal. Una voz grave, muy masculina, pero con una calidez que me hizo respirar hondo.

—¿Qué ocurre?

Me encogí de hombros. Un dedo apareció de la nada a alzar mi barbilla.

—¿Pequeña?

—Tu... tu voz, mi señor —musité amedrentada.

—¿Qué hay con ella? —Volvía a susurrar—. ¿Acaso la conoces?

Meneé la cabeza con tanta vehemencia que liberé mi mentón.

—¿Estás segura? —insistió, volviendo a alzar mi cara hacia él.

Su acento había adquirido un dejo de frialdad. Y encerraba una amenaza. Los dos sabíamos que no debía conocerla. Si la reconocía, significaba que había estado fisgoneando a escondidas donde no me correspondía, como cuando uno de ellos visitaba a Tea. Y los dos sabíamos también que estaba obligada a responder sólo con la verdad, porque los lobos huelen las mentiras.

—No la conocía, mi señor —respondí.

—¿Entonces?

En un despliegue estúpido de osadía, sujeté la mano que sostenía mi mentón y me la llevé a los labios.

—Es hermosa, mi señor. Me hace sentir bien, como tu olor.

Besó mi frente riendo por lo bajo.

—Vístete y deja de provocarme, pequeña.

Retrocedí con la cabeza gacha. Lo oí regresar hacia su arcón intentando serenarme. ¿Qué me había picado? Me las compuse para mover lo que quedaba del desayuno del arcón al taburete mientras el lobo pasaba detrás de mí hacia la entrada. Abrí el arcón y me detuve. Mejor evitar más problemas. Me volví hacia la boca de la cueva.

—¿Debo usar el vestido, mi señor? —pregunté, y comprendí demasiado tarde que no sabía dónde había ido a dar. Si decía que sí, tendría que gatear por toda la cueva hasta encontrarlo.

—Puedes usar lo que gustes —respondió entre dientes, como si estuviera haciendo fuerza.

Saqué a tientas el atuendo de cazador y lo vestí apresurada. Su risa baja, cálida, me detuvo mientras me ponía una bota.

—Por supuesto que mi hermana te traería algo así —comentó en un tono ligero y casual que me sorprendió—. Déjame verte.

Terminé de ponerme la bota de un tirón y me paré como estaba, con un pie todavía descalzo. Llegó junto a mí en dos pasos y acomodó el cuello de la camisa.

—Es más cómodo, ¿verdad? —preguntó, sujetando el cinto para jalar de los ruedos del jubón hacia abajo.

—Sí, mi señor. Sería un despropósito arruinar vestidos tan bonitos recogiendo agua o leña.

Me sujetó los brazos para inclinarse hacia mi oído, como solía.

—¿O tratando de escapar? —susurró con ironía.

El Valle de los LobosWhere stories live. Discover now