Capítulo 21

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El corazón me latió con fuerza al oír el sonido inconfundible de cuatro patas que se acercaban a un trote rápido. No precisé detenerme a observar al lobo que pronto apareció entre los árboles. Sabía que era él. Lo hubiera reconocido aunque todos los lobos de la manada fueran iguales. Solté una exclamación ahogada y corrí a su encuentro.

El gran lobo negro llegó a largos saltos, para detenerse antes de embestirme y permitir que le arrojara los brazos al cuello llorando de alegría. Frotó su cabeza contra mi mejilla mientras yo lo estrechaba con todas mis fuerzas. Jamás había sentido una felicidad tan simple y tan plena.

Cuando logré separarme de él, Brenan ya había llevado la leña y las cubetas a la cueva, y regresaba con su alforja al hombro.

—Recuerda que queda un conejo listo para asar —me dijo, descendiendo de la cornisa con un ágil salto. Intercambió una mirada con el lobo y asintió antes de volver a enfrentarme con una sonrisa cálida—. Adiós, Risa. Cuídate.

Asentí sonriendo también, enjugándome las lágrimas, pegada al costado del lobo.

—Gracias por todo, Brenan.

Se alejó a paso rápido entre los árboles por donde viniera el lobo. Poco después oí el ruido de cascos que se perdían hacia el sur. Comprendí que el lobo había llegado a caballo, transformándose antes de reunirse con nosotros. De esa manera, Brenan no precisaría caminar todo el trayecto de regreso hasta el castillo.

El lobo lamió mi mejilla y saltó a la cornisa. Me apresuré a seguirlo.

Apenas tuve tiempo de vendarme los ojos antes que me tomara en sus brazos, estrechándome contra su cuerpo desnudo y fragante. Me sujeté de sus hombros, besándolo con ímpetu. Cuando me vi obligada a apartarme de su boca para recuperar el aliento, lo ayudé a deshacerse de mi ropa y enlacé las piernas a su cintura tan pronto hizo gesto de alzarme. Pero no le permití tenderme en el jergón.

Lo tumbé boca arriba y cubrí su cuerpo de besos y caricias. Me dejó hacer divertido, aunque sus risitas no tardaron en convertirse en suspiros agitados. Música para mis oídos, como su corazón latiendo más rápido. Se revolvió y trató de sentarse cuando me incliné sobre su ingle. Aplasté ambas manos contra su pecho, deteniéndolo, consumida por una ansiedad insospechada, que sólo se calmó cuando bebí de él. Entonces me eché a medias sobre él, buscando refugio en sus brazos. Perdida en aquella liviandad que acentuaba las emociones, me entregué a la felicidad de volver a tenerlo a mi lado, sano y salvo.

—A eso llamo una bienvenida —resolló besando mi frente—. ¿Cómo estás, mi pequeña?

—Bien, ahora que regresaste —murmuré contra su cuello.

Me adormecí así, sus brazos fuertes rodeándome, nuestras piernas enredadas, los cuerpos sudorosos muy juntos, su sabor aún en mi boca, exquisito y relajante. Desperté al sentirlo moverse para levantarse y me apreté contra él.

—Sigue durmiendo—susurró, rozando mis labios con los suyos.

—No puedo dormir sin ti —protesté, intentando retenerlo a mi lado.

Me abrazó estrechamente hasta que volví a adormecerme. Su beso pareció devolverme a la vida. La cueva olía a conejo asado, verduras sazonadas y vino caliente. Me acarició la mejilla como un soplo y rió por lo bajo cuando me tendí de espaldas para desperezarme entre gruñidos.

—Comamos, mi pequeña. Estoy famélico —dijo tomando mi mano.

Elogió la mesa y el taburete que Brenan improvisara, y hasta bromeó con que la próxima vez, tal vez el joven lobo y yo podríamos montar una cama.

—¿La próxima vez? —repetí contrariada, devorando la cena como si hubiera pasado una semana en ayunas.

—Soy un guerrero, mi pequeña. Es mi deber.

Me encogí de hombros y mi mueca lo hizo volver a reír por lo bajo. Tan pronto terminé de comer, me guió a sentarme a horcajadas sobre sus piernas. Me rodeó la cintura con un brazo, su otra mano se deslizó bajo la camisa que me echara encima. Mi pecho se alzó a su encuentro como siempre, y sus caricias se hicieron más bien exploratorias.

—¿Sientes esto? —susurró—. Mi mano ya no te cubre tanto como antes.

Me quitó la camisa y sumó su boca y su nariz a la exploración. Lo dejé hacer, mis brazos en torno a sus hombros y la cabeza caída hacia atrás, agitándome y suspirando a su capricho.

—Y tu esencia es más intensa —terció—. Igual que el sabor de tu piel.

Su nariz describió un pequeño círculo sobre mi pecho, y me estremecí de pies a cabeza cuando besó mi piel antes de volver a olerla.

—Irresistible —lo oí murmurar, su boca contra mi pecho.

Guió mi cabeza hacia adelante, mis labios a encontrar los suyos.

—Estás cambiando, mi pequeña —dijo—. ¿Cuándo cumples los dieciséis?

—Los cumplí el día que los príncipes vinieron al pueblo —murmuré.

La forma en que se envaró y me sujetó los costados reclamó mi atención.

—¿Qué ocurre, mi señor?

—Creí que aún tenías quince años.

—Pues no. Ya tengo dieciséis.

Me abrazó con ímpetu y rió suavemente junto a mi oído.

—¿Qué ocurre, mi señor? —repetí intrigada.

—Es por eso que tu cuerpo comienza a responder al mío —explicó, y había alegría en su acento—. No lo había advertido hasta pasar estos dos días lejos de ti.

Respiró hondo, como obligándose a controlarse, y me acarició la cara, descansando su frente contra la mía.

—Nuestra espera no será tan larga para ti como temía.

Intenté hacer a un lado las demandas de mi cuerpo, que no se alegraba de que hubiera dejado de tocarme y besarme.

—¿Porque seré mayor de edad para ti el próximo invierno?

—Sí. Tu cuerpo terminará de desarrollarse conmigo. Y madurará ya preparado para que te conviertas definitivamente en mi compañera.

—Creí que ya lo era —musité confundida.

—Claro que lo eres. Para siempre. Nadie podría cambiarlo ni interponerse entre nosotros. Hablaba del momento en que ya no precisaremos ocultarlo. —Me sujetó la cara con delicadeza y deslizó sus pulgares por la venda que cubría mis ojos—. Cuando al fin podamos mirarnos y estar juntos ante todos. Odio obligarte a estar conmigo así, a ciegas.

—No me importa, mi señor. Lo que me importa eres tú. Brenan comentó que lo que te ocurre conmigo dista de ser normal. No quiero que te ocasione dificultades.

Rió suavemente, frotando mi espalda, su cara aún junto a la mía.

—No lo comprendes, mi pequeña. Estar lejos de ti es mi única dificultad. Hace sólo unas breves semanas que te encontré y ya no podría vivir sin ti.

Le eché los brazos al cuello y apreté la mejilla contra la suya, mordiéndome los labios para no echarme a llorar. Sus palabras, su acento. Todo en él condensaba los sueños que luchara toda mi vida por reprimir, y no podía evitar que la felicidad aún se mezclara con temor.

—Yo tampoco —murmuré—. No preciso verte para quererte, mi señor. Cubrir mis ojos es un precio desdeñable por estar contigo.

Permanecimos abrazados en silencio un largo rato, su corazón latiendo junto al mío, infundiéndome esa calma que sólo conociera a su lado.

El Valle de los LobosWhere stories live. Discover now