Capítulo 13

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Fuego.

Allí donde su piel tocaba la mía, mi cuerpo parecía en llamas.

Mis piernas se separaron para hacerle lugar, estremeciéndome al sentir su lengua entre mis muslos. No le costó convertirme en un manojo de escalofríos y gemidos, provocándome un placer aún mayor que las noches anteriores. Algo que jamás hubiera creído posible.

Al fin se retiró e hizo que mis piernas agarrotadas volvieran a extenderse. Mis pulmones todavía parecían de fuego cuando sentí que se echaba hacia atrás para sentarse en sus talones.

Entonces lo percibí. Miel, jengibre, madreselva. Atiné a apoyarme en un codo, jadeante y temblorosa. Sólo olerlo pareció volverme loca. Adelanté la cabeza hasta que mis labios entreabiertos tocaron la piel tensa, ardiente. Se separaron para recibirlo en mi boca. Su gruñido jadeante fue como... ¿cómo había dicho él la otra noche? Como música para mis oídos.

—Aguarda, pequeña —jadeó moviendo sus caderas hacia atrás.

Mi otra mano se alzó para impedirle apartarse, y mis dedos se cerraron con firmeza en torno a su erección.

—Estoy bien, mi señor —pude articular.

Mi boca resbaló sobre su ingle cuando hablé y una gota de miel cayó en mi lengua. La bebí con ansiedad. Me resultó aún más deliciosa que la primera vez.

—Por favor, pequeña —resolló—. Si te causara...

Lo ignoré, abriendo mi boca para hundirlo en mí tanto como podía, sosteniéndolo en mi puño para que no volviera a intentar apartarse. Su gemido sofocado indicaba que estaba haciendo lo correcto. Volvía a jadear y gruñir. Sus dedos rodearon los míos y guiaron mi puño, que se movió entre su pelvis y mis labios, mi lengua apretada contra la piel tensa y palpitante que la acariciaba.

Lo sentí estremecerse de pies a cabeza y se arrancó de mi boca. Su puño desplazó al mío en torno a su ingle para contener su simiente con un gemido ronco, inarticulado, que no logró sofocar. Alcé la cara hacia él, confundida.

—¿Mi señor? —murmuré, sin ocultar mi contrariedad.

Aflojó mi mano en su ingle, que aún pulsaba débilmente, y se movió para arrodillarse a mi lado, al borde del jergón. Precisó un momento para recuperar el aliento. Hallé a tientas uno de sus muslos, que tembló bajo mi mano. Olía su simiente entre sus dedos, que no se apartaban de su ingle. Mi olfato guió mi cara a su puño y lo besé.

—¡No, pequeña! —susurró alarmado, intentando apartarse.

Sujeté su muñeca frunciendo el ceño. En ese momento no me importaba desobedecer a un señor del Valle. Todavía ofuscada de placer, me negaba a privarme de su sabor. Quería volver a experimentarlo. Era lo más exquisito y excitante que probara jamás.

Me permitió aflojar sus dedos con una inspiración entrecortada y los limpié con mis besos. La cabeza me daba vueltas, mi cuerpo se distendía. Cuando tuve a bien apartarme de él, me tomó en sus brazos para estrecharme con fuerza.

—¿Cómo te sientes? —susurró preocupado.

Asentí sonriendo. Perdía noción de lo que me rodeaba. Mareada, aturdida, y sin embargo, liviana.

—Por favor, hazme saber si...

No escuché lo que dijo a continuación. Mis párpados se habían cerrado tras la cinta y me acurruqué contra su pecho, flotando en una nube de calma y saciedad de la que no quería caer jamás.

Desperté con la cara contra su hombro, mi brazo rodeando su espalda. El lobo dormía boca abajo, la cabeza vuelta hacia el fondo de la caverna. Me eché hacia atrás, soltándolo avergonzada. Lo sentí voltear hacia mí con un suspiro, como si lo hubiera despertado. Me acarició la mejilla y sus labios rozaron mi frente como un soplo.

El Valle de los LobosTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon