Epígrafe

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Estaba decidida a regresar con sus señores. Más allá de todas las razones evidentes, estaba ese beso prohibido y que nunca debió suceder, un beso que había estado peligrosamente cerca de convertirse en una pasión escandalosa y humillante. No podía quedarse en Wellington House, eso era indiscutible. Por el bien de su integridad física y moral.

—Si está pensando en usar ese ungüento —advirtió él, al verla con un potecito en la mano mientras le curaba las heridas del brazo—, olvídelo. No pienso pasear con los brazos untados de un mejunje que huele a hierbas de caballo enfermo.  

—Es un remedio casero que yo misma he preparado para sus heridas, Su Excelencia El Duque esbozó una sonrisa irónica, y Jane se enderezó en el banquillo—. Me voy —anunció ella repentinamente.

—¿Se va de la habitación, Jane? —preguntó él con sarcasmo—. ¿Para esconder ese mejunje lejos de mí? Me parece buena idea En lugar de responder, Jane lo miró fijamente. Estaba segura de que no había malinterpretado sus palabras¿Significa esto que me está abandonando? 

—Tengo que hacerlo —respondió Jane—. Y lo sabe.

—Pero no hoy —Arthur frunció el ceño.

—Mis obligaciones en su propiedad han terminado, y es hora de que me vaya.

—Sus obligaciones en mi propiedad terminarán cuando yo lo diga. Yo soy el señor.

—Por favor, no lo haga más complicado. 

No me deje, Jane —imploró el Duque—. ¿No se da cuenta de que necesito de sus servicios?  ¿Por qué está tan decidida a abandonarme?

—No puedo decirle más, Su Excelencia. Lo único que necesita saber es que debo regresar a mis obligaciones con los Grandes Duques de Mecklemburgo-Strelitz. Cualquiera que fuera el favor o la deuda que tenía conmigo, ha llegado a su fin. 

—¡Por el amor de Dios! ¿Desde cuándo una simple doncella se atreve a cuestionar los deseos de un duque? Regrese a sus obligaciones y no me provoque. 

—Tengo que terminar de curarle las heridas del brazo. 

—¡Ya no es necesario!  —Jane lo retó con la mirada, le cogió el brazo por la fuerza, aunque no lo hubiera conseguido si él no se lo hubiera permitido, y se lo untó con el mejunje que había preparado esa mañana—. Vamos a dejar una cosa clara, Jane. Usted y yo no somos iguales. Yo soy el señor y usted es la empleada. Sería bueno que lo tuviera claro de ahora en adelante. 

Jane terminó de atarle las vendas con más fuerza de lo habitual como si fuera una especie de venganza velada, y salió de la habitación del duque llena de rabia y de impotencia, sin decir nada más. Arthur, por su lado, observó como ella se marchaba y después de recostó en su lecho, maravillándose con el dulce aroma del mejunje con el que su sirvienta le había curado las heridas para quedarse dormido de nuevo. Jane era lo mejor que le había pasado en años.

"Arthur Wellesley era el hombre más insufrible que había conocido nunca. Peor que el Gran Duque de Mecklemburgo-Streliz. No había momento que no me recordara que yo era una simple sirvienta a su merced, pero lo peor de todo era que, entre orden y orden, me había besado, y no parecía dispuesto a hablar sobre el tema o a pedirme tan siquiera disculpas. No quería convertirme en una de esas tantas sirvientas abusadas por sus señores, pero tampoco podía irme de su casa sin formar un escándalo, algo que no me convenía para nada si quería seguir viva. Y no era que creyera al Duque de Wellington capaz de matarme, pero otras personas, las que me habían secuestrado, sí estaban dispuestas a hacerlo."

Y

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Y..... redoble de tambores: ¡EMPEZAMOS!

¿Hay ganas o no hay ganas? 

El Diario de una DoncellaDove le storie prendono vita. Scoprilo ora