Capítulo 12- De espectadora a protagonista

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Entre las sombras del servicio, las criadas tejían historias que la alta sociedad prefería ignorar, mientras las señoras se enredaban en sus propios hilos de pretensiones y secretos.

Criadas y Señoras. 

La vio soltar el libro en la mesita auxiliar y entrelazar las manos en el regazo cuando, a media tarde del viernes, el señor Dowson entró en la biblioteca y le entregó una nota. Habían pasado casi la totalidad de las últimas veinticuatro horas sin apenas cruzar una palabra más allá de lo necesario. Jane parecía decidida a mantener cierta distancia para evitar que se repitiera algún incidente como el de la mañana anterior. Él, por otro lado, la había observado en silencio durante todo ese tiempo de mutismo compartido. Le resultaba extraño pasar tanto tiempo con una mujer y compartir cosas tan sencillas como la lectura, pero no se aburría. En ese silencio compartido, se entretenía reflexionando sobre cómo, con el pelo cubierto por la cofia, su rostro parecía más definido. No recordaba haber estado en la vida de forma normal con una mujer.

—Es una notificación de Nate —mencionó en voz alta, tan pronto como el mayordomo abandonó la biblioteca y él leyó el remitente del sobre—. Acepta la invitación para venir a pasar el fin de semana aquí, pero llegará tarde, pues... finalmente, el vizconde y lady Wood celebrarán sus nupcias mañana.

—¡Qué alivio! —suspiró Jane, despojándose brevemente de su fachada de estirada, de manera espontánea.

—Cualquiera diría que encuentra paz en las gratas nuevas del causante de mi estado —se irritó Arthur.

—Desconozco al vizconde, mi señor, pero temía que lady Wood sufriera una caída irreversible en desgracia por mi culpa. Al fin veo que no.

—Pero si no le agrada lady Wood.

—La detesto, mi señor. Es como todas las damas de alta alcurnia, altiva, prepotente y siempre me mira desde una altura inalcanzable. O ni siquiera me mira, no me considera persona, pero aún así, no habría soportado que sufriera más que una cura de humildad.

—Oh, no se preocupe por eso. Ya lo ve, mañana por fin se casará y quien sabe si continuará sus andanzas. ¡Menudo necio está hecho Charles! Haría lo que fuera para encamarse con una mujer hermosa —carcajeó Arthur—. En fin, me conformo con que toda Calcuta sepa o, al menos sospeche, que su inminente esposa tiene de todo menos honradez. 

—¿Ya no más publicaciones en el  «The Calcuta Chronicle»?

—No, no por el momento, señorita Jane. ¿No está cansada de leer «Los Miserables»?

—¿Busco otro libro, Su Excelencia? 

—Lo cierto es que no puedo seguir escuchando más penalidades, señorita Jane. He tenido suficiente con esta desgraciada noticia. 

Ella frunció el ceño y él se complació por dentro. ¡Por fin conseguía ver algo más de ella que esa rictus severo de su boca y su cara imparcial! 

—Buscaré otro libro, mi señor. 

—No —la detuvo—. Quiero que me cuente como fue su vida en el orfanato. 

Jane palideció. Y Arthur fue muy consciente del cambio en sus ojos. Quizás no había sido el mejor tema por el que empezar a hablar. Pero tenía curiosidad, quería saber más de ella, de su infancia y su juventud, por qué ella era como era, tan distinta y especial a pesar de ocupar un lugar común y vulgar dentro del escalafón social. 

—No podría ofrecerle a alguien de su elevada posición una charla sobre un orfanato, mi señor.

—Venga, Jane, no me endulce los oídos, ambos sabemos que sus palabras carecen de sinceridad. Seré perfectamente capaz de soportar un par de historias sobre monjas con látigos y habitaciones frías con colchones de paja. 

El Diario de una DoncellaWhere stories live. Discover now