Capítulo 1- Un duelo, una vaca y huevos rotos

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El trabajo doméstico es el motor que hace funcionar la máquina del mundo. 

 Isabel Allende.

Calcuta, entre todas las posibles localidades, no parecía el lugar más propicio para un duelo entre distinguidos caballeros ingleses. En primer lugar, como era evidente, carecía del célebre Hyde Park, escenario tradicional de tales encuentros. En segundo lugar, los amaneceres en la India se caracterizaban por su humedad y sus tonos anaranjados, lo que dificultaba la nítida visión que la gélida Londres ofrecía a esas mismas horas.  

No obstante, allí estaban, el Duque de Wellington y el primer vizconde de Hallifax, enfrentándose en uno de los espléndidos campos verdes del vasto Imperio Británico. Estaban plenamente convencidos de que ese día sería testigo de la caída de uno de los dos,  tras una disputa que se había prolongado durante semanas, o al menos así lo sentían. Desde que lady Wood, prima del primer vizconde de Hallifax, había llegado a la India Colonial Inglesa, trayendo consigo el compromiso oficial con su pariente, ambos caballeros se habían enzarzado en una lucha feroz por el afecto de la joven.

Lady Wood ya habría sellado su destino al casarse con su primo, el vizconde, si no fuera por la intromisión del Duque de Wellington, quien había quedado irremediablemente prendado de la recién llegada dama inglesa, encontrándola demasiado cautivadora como para cederla al desaliñado y menos atractivo rival. El primer vizconde, cuyo nombre era Charles, había soportado con estoicismo las ofensas del Duque de Wellington hacia su persona y su prometida, hasta  descubrirlos a ambos, la noche anterior, en una situación impropia en una cama. 

―Ha seducido a mi prima, a mi futura esposa, la noche previa a nuestra boda, tras una serie de afrentas que, hasta entonces, había decidido dejar atrás. Pero no, ya no estoy dispuesto a hacerlo. No me importa si se trata del mismísimo Duque de Wellington; debe rendir cuentas por su falta de honor y de integridad ―explicó el primer vizconde de Hallifax a su padrino, cuando este le preguntó si consideraba aceptar las disculpas del Duque de Wellington, firme en su posición como retador a pesar de estar más blanco que el papel.

Arthur Wellesley, segundo Duque de Wellington y primogénito del célebre Duque de Wellington, quien había librado cien batallas contra el temible Napoleón Bonaparte, apretó con fuerza los puños de su camisa cuando su mejor amigo, que oficiaba como padrino, le comunicó que el vizconde de Hallifax se mostraba inquebrantable en su decisión de no aceptar sus disculpas. 

―¿Desayuno en el hotel Taj Palace después, Nathaniel? ―preguntó Arthur, sin sorprender a su mejor amigo, que estaba acostumbrado al aplomo del Duque de Wellington. No por nada lo llamaban el «caballero de plomo». Era tóxico como ese metal, igual de peligroso, y con los ojos igual de negros. E igual de cambiante, maleable. No era un hombre duro ni férreo, tampoco brillante, sino más bien era conocido por sus juegos mentales y su picaresca. Una noche podía arrebatarle la virginidad a una tierna prometida y al día siguiente disculparse por ello, aunque no le sirviera de nada.

―Estaría bien que te lo tomaras en serio por una vez, Arthur ―lo regañó Nathaniel, que no era la primera vez que oficiaba de padrino en un duelo por su mejor amigo―. El primer vizconde parece decidido a hacer justicia, no creo que apunte a las piernas. 

―Mejor, porque yo tampoco iba a hacerlo esta vez. 

―Acabas de disculparte. 

―Soy Arthur Wellesley. Si alguien no está dispuesto a aceptar mis disculpas, entonces yo tampoco estaré dispuesto a otorgarle mi perdón ―aclaró, con la cara afilada y arrogante. 

Ya solo quedaba continuar con lo previsto. Cargaron las pistolas y los padrinos las inspeccionaron con sumo cuidado mientras poco a poco, iban siendo rodeados por hombres ingleses e indios. Solo hombres, pues era una cuestión masculina. Y aunque para los indios aquella no era una práctica habitual, estaban acostumbrados a que sus colonos la llevaran a cabo, y solían disfrutar del espectáculo y de la emoción de los duelos en una de las ocasiones en la que la diferencia de clases parecía no importar. 

El Diario de una DoncellaTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang