Capítulo 8-Atracción compartida

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Fui la esposa de un comandante y, antes de eso, de un comerciante de ultramar. He llevado la ropa de otras mujeres. Mi cuerpo es un mapa de humillaciones. Fui libre en otro momento, pero ahora no tengo más libertad que un tributo, entregada en matrimonio para sellar la alianza de una familia poderosa.

El cuento de la criada. 

Se encaminaba hacia el dulce abrazo del sueño cuando, de repente, su apacible rincón se vio interrumpido por suaves golpes en la puerta, rompiendo la serena armonía de la estancia solitaria. Aquel cuarto se erigía como su propio santuario personal, siendo esa la primera ocasión en que no compartía el espacio con ninguna otra compañera. Aunque desprovista de lujos ostentosos, la habitación, situada en la distinguida planta de los señores, emanaba una sutil elegancia perceptible en cada detalle.

—¿Sí? —inquirió ella, desconcertada, ataviada con su sencillo camisón de dormir y su cabello negro trenzado. Optaba por prescindir del gorro nocturno, ya que durante el día, la cofia que llevaba le causaba estragos en su exuberante melena. En un gesto de vanidad destinado únicamente a su propio deleite, pues nadie más la contemplaría, por las noches acariciaba su cabello con mimo y lo trenzaba. Su cabellera, ondeante, densa y sedosa, le complacía contemplarla en todo su esplendor, justo como había visto a su madre hacerlo tiempo atrás.

—Soy yo —resonó la voz profunda y grave del Duque, y su corazón dio un salto, quedándose suspendido en su garganta.

—Mi... —balbuceó Jane, cosa que le pasaba muy poco,  llevándose las manos al pecho. Era completamente impropio y escandaloso que un noble se presentara personalmente en la habitación de una doncella y jamás le había ocurrido algo similar—. Mi señor, ¿en qué puedo servirle? —inquirió, manteniéndose a una distancia prudente de la puerta.

Se habían despedido después de su colaboración en la cena. El sirviente designado, el ayuda de cámara, debía de haber sido el encargado de acompañar al señor a sus aposentos. ¿Qué hacía él allí ahora?

—¿Piensa abrir la puerta o deberé entablar una charla con la madera?

¡Qué osadía! Jane se apresuró a cubrirse con su bata, la cual la acompañaba desde hacía una década, impoluta aunque claramente desgastada. Con suma precaución, entreabrió la puerta apenas unos centímetros, mostrando únicamente uno de sus ojos por el hueco. Vislumbró al Duque sostenido sobre una especie de palos, visiblemente dolorido por tener que estar de pie. 

—¿Acaso se halla indispuesto? —preguntó ella con un tono de preocupación mezclado con cierta indignación, si el Duque precisaba de su ayuda bien podría haber ordenado a alguien del servicio que fuera en su búsqueda. 

—Hace poco me trajeron estos ingenios para asistirme en la movilidad —Señaló dos grandes palos sobre los que se apoyaba—. Fueron entregados por Liam; parece ser que es uno de los pocos que ha apostado a que no perderé la pierna y anhela mi pronta recuperación para hacer efectivas sus apuestas —no obtuvo respuesta por parte de la criada, quien continuaba sin comprender la presencia del Duque—. Son las diez y media; si nos apuramos, aún podemos enviar nuestra última publicación al "The Calcuta Chronicle". Sé que mi amigo no concluye con el nuevo ejemplar hasta la madrugada.

—Su Excelencia no requiere de mi ayuda; ya le proporcioné toda la información que poseo sobre lady Wood.

—Voy a nombrar al Gran Duque de Mecklemburgo-Strelitz.

—Me lo imaginaba, Su Excelencia.

—Será mejor que prepare una de sus infusiones relajantes y me la traiga a la biblioteca, quiero que sepa lo que voy a publicar. 

El Diario de una DoncellaWo Geschichten leben. Entdecke jetzt