Capítulo 10- Besos humillantes

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No olvides nunca que el primer beso no se da con la boca, sino con los ojos.

O.K.Bernhardt.

Debería plantarse en el sitio e insistir en que la llevara de vuelta a la propiedad principal sin más demora, junto al resto del servicio, con quienes estaría a salvo. En realidad, ni siquiera debería esperar a que él la acompañara. Debería irse sola bajo algún pretexto. Estaba segura de que el Duque no la retendría a la fuerza a pesar de sus obligaciones con él. Si le explicaba que tenía trabajo pendiente por hacer, quizás lo entendiera mejor. En ese caso... ¿por qué no lo hacía? En vez de plantarse en el sitio, siguió caminando a su lado, siguió internándose en la oscuridad, atenuada tan solo por la luz del sol de la mañana que brillaba por encima de las copas de los árboles cada vez más frondosos y con más sombra. Lo que había empezado como una obligación, guiada por las maravillas de los jardines que los rodeaban, estaba siendo cada vez más peligroso. 

No podía concebir que el Duque de Wellington albergara alguna intención deshonrosa hacia ella. No era porque no hubiera evidenciado su falta de caballerosidad ni demostrado ser un libertino sin mucho tacto con las mujeres; sencillamente, porque ella no era hermosa. Ni siquiera podía catalogarse como bonita. Su Excelencia había tenido aventuras con las mujeres más atractivas de Calcuta y quizás de otras partes del mundo. Por ejemplo, lady Leslie Wood era toda una beldad. ¿Cómo podría él fijarse en ella más allá de las burlas o de los malos comentarios por sus enfados? 

¿Y si él continuaba queriendo humillarla? Tal como había jurado cuando la contrató. Arthur Wellesley era lo suficientemente cruel como para permitirle a Jane ciertas licencias con el «The Calcutta Chronicle» o con la lectura de los libros de su biblioteca para luego hundirla en lo más profundo del abismo cuando estuviera confiada y segura de sí misma. 

Su intuición la había avisado. Y ahora estaba en pleno debate entre lo que debería hacer y lo que en realidad estaba haciendo. 

Simultáneamente, y a pesar de su certeza de que el Duque de Wellington, con su atractiva presencia, estatura imponente y vigor, no podía albergar ningún tipo de deseo hacia alguien como ella, tan insignificante, sentía una extraña emoción. Ese cosquilleo que había nacido en ella la noche anterior volvía a recorrerla de forma espantosa y vergonzosa. Debía reconocer de que ese hombre, a pesar de que no le había parecido guapo al principio, era irresistible para cualquier mujer con ojos y olfato, pues olía terriblemente bien. No sabía identificar los matices del aroma, no era un experta en perfumes caros ni en ninguna otra clase de perfumes, pero sabía que su olor era agradable. 

Jane era, tal como Arthur había esperado, la ingenuidad personificada. Una inocente muy peligrosa a pesar de su fuerte carácter y sus intransigencias. Y extremadamente encantadora. Además, tenía un algo indefinible que la hacía muy agradable. El pelo negro que le asomaba por debajo de la cofia estaba pidiendo a gritos ser liberado. Podía resultar aburrido, sin vida, pero él sabía que no era así, pues se lo había visto la noche anterior trenzado con una gruesa trena. 

Lucía poca cosa con ese uniforme amplio que apenas resaltaba su figura, pero él también era consciente de que esa afirmación no era del todo cierta. Sabía que Jane debía de tener unos de los muslos más firmes, anchos y apetecibles que él jamás había visto y tocado. 

No existía lugar más encantador que los jardines del Marajá en toda Calcuta, al menos a juicio de una dama, ni más propicio para cautivar a una mujer. El momento más delicado ya había transcurrido. No había ofrecido resistencia cuando la condujo lejos de la propiedad, alejándola de las miradas indiscretas. Las jóvenes debían ampliar su conocimiento acerca de las complejidades del mundo. 

El Diario de una DoncellaWhere stories live. Discover now