Capítulo 4- Wellington's House

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En toda negociación, el hombre honrado está destinado a llevar la peor parte, mientras que la picardía y la mala fe se apuntan finalmente los tantos.

Mika Waltari.

Jane se despertó enfadada al día siguiente, cuando tuvo que volver a empacar sus pertenencias para trasladarse, esta vez, a la residencia del Duque de Wellington. En esta ocasión, prestó atención a cada paso que dio desde la propiedad de sus antiguos señores hasta la del nuevo. ¿Cómo no hacerlo cuando tenía que cargar con su propio equipaje? El «caballero» desgraciado no se había dignado a mandarle un carruaje, claro que tampoco tenía por qué hacerlo, ella solo era una simple sirvienta a las órdenes y caprichos de los nobles. 

 Wellington's House se erigía imponente entre exuberantes jardines. Su fachada típicamente inglesa, con columnas de mármol y una puerta tallada, revelaba un interior opulento. Los techos altos, suelos de mármol y mobiliario elegante llenaban los espacios con un aire de esplendor. Los jardines, adornados con fuentes y flores exóticas, completaban la majestuosidad de la residencia, creando un refugio sereno no muy diferente de la casa de los Grandes Duques de Meckelemburgo-Strelitz. 

Esa vez, sin embargo, entró por la puerta de las cocinas, la del servicio.

—Muy bien, ha llegado usted puntual, señorita Jane —la recibió el ama de llaves, nerviosa—. Ha comenzado usted bien. Yo soy la señora Bass. La estaba esperando, pero debo informarle que Su Excelencia ha solicitado expresamente que la instalen en una de las dependencias superiores, en un cuartillo destinado para niñeras e institutrices, en caso de que las hubiera. 

Jane percibió las miradas acusadoras del resto de los empleados hacia ella, mientras el ama de llaves se esforzaba por mantener la imparcialidad frente a la solicitud del Duque de Wellington. Sin embargo, todos, absolutamente todos, pensaban que ella era la nueva amante de ese hombre. Y eso era tan humillante como el hecho de que el señorito Adolfo pensara lo mismo la noche anterior. 

No permitió que el bochorno se hiciera evidente en sus mejillas. —Mis disculpas, señora Bass. Agradezco la amabilidad de Su Excelencia, pero prefiero instalarme junto al resto de las doncellas. 

El señor Dowson, el mayordomo, atravesó las cocinas, probablemente en camino a su despacho, y la miró de la misma manera que el día anterior: desde lo alto de su nariz prominente. Sin embargo,  el hombre optó por no intervenir, ya que las doncellas estaban bajo la autoridad del ama de llaves. 

—No hay ninguna habitación libre, señorita Jane —respondió la señora Bass con bastante más amabilidad de la que hubiera tenido la señora Blair—.  Lo más razonable sería que se instalara donde ha pedido Su Excelencia, ya que, además, se espera que cumpla la función de cuidarlo personalmente. El Duque ha sido muy específico al decir que actuará como enfermera mientras él se recupera de sus heridas. 

Ante ese razonamiento, la tensión en el ambiente y entre sus demás compañeros disminuyó. Ya no podían afirmar con certeza que ella fuera la amante del Duque, especialmente si iba a cumplir funciones de enfermera para él; resultaba bastante lógico que se instalara cerca de sus habitaciones. Claro que la sospecha volaba en el aire, y la humillación seguía azotando a Jane de manera bastante dolorosa. 

Con sus escasas pertenencias en una mano, siguió a la señora Bass hacia arriba. La señora Bass era, en contraposición al mayordomo, bastante bajita. No era entrada en carnes, era delgada, y bastante delicada, incluso Jane diría que bonita, sino fuera por su avanzada edad. Su pelo rubio era brillante y tenía una media sonrisa que sería bastante más cálida si ella no se esforzara tanto en mantenerse profesional como ama de llaves. —Me veo con la obligación de advertirla, señorita Jane, que Su Excelencia tomó láudano la noche anterior para poder dormir. El cuerpo le duele terriblemente y hoy es posible que se despierte peor, pues los golpes se habrán enfriado. 

El Diario de una DoncellaOn viuen les histories. Descobreix ara