9 - Cazador o presa

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Desde que tenía conciencia, Nana siempre había tenido una excepcional afinidad por el Aura. Aunque todavía no era capaz de controlarla, sí era capaz de verla, algo que incluso los Magis más talentosos no lograban. El Aura se presentaba ante ella como un centenar de luciérnagas azules, centelleando con diferentes intensidades mientras circulaban en constante movimiento por los cielos. Para estar más cerca, todas las noches Nana se subía al tejado de la vieja posada donde vivía, soñando que algún día pudiera volar con ellas. Libre y sin preocupaciones.

Se estaba haciendo tarde y Nana seguía viéndolas con ojos somnolientos. Brillaban tenues y su movimiento era lento y rítmico, sería una noche tranquila. Justo antes de que pudiera quedarse dormida, un fuerte ruido en el interior de la posada la hizo saltar en el lugar.

Al abrir la ventana que daba al tejado, de forma esperada, un fuerte olor a alcohol escapó del lugar. Pinzándose la nariz con los dedos, avanzó por el oscuro pasillo intentando no hacer crujir las viejas maderas. Agazapándose al final de la escalera que daba a un bien iluminado primer piso, una rápida ojeada fue todo lo que necesitó para entender todo lo que había sucedido. El grupo de bandidos descerebrados con los que vivía había decidido que beber alcohol y apostar en un juego de cartas era una buena forma de pasar la noche, y tan pronto como Fer perdió una mano, hizo estallar una silla contra la pared. Toda la evidencia que necesitaba se encontraba en el grotesco y deforme brazo de Fer: hinchado varias veces su tamaño normal debido al uso de su filacteria. Todavía le era difícil creer cómo alguien tan rastrero se había hecho con una filacteria y logrado resonar con ella, por más bajo grado que esta tuviera.

Sin más, decidió no quedarse e ir a dormir por miedo de meterse en problemas. El dormitorio consistía en un pequeño cuarto con varias literas donde dormían la mayoría del grupo, a excepción de Fer y algunos de sus perros más fieles. Por suerte para ella, su compañero de litera tenía miedo a las alturas, por lo que se pudo quedar con la cama de arriba.

La mañana siguiente, Nana se encontraba a un par de kilómetros de la posada, en el medio de una ruta comercial del imperio, sola. Con su rostro manchado de tierra y su ropa destrozada, su mirada no dejaba de perderse en el suelo desde que había llegado, hasta que el galopante sonido de un caballo a la distancia le aceleró el corazón. Apretó sus dientes y sujetó su vestido en un intento de contener las lágrimas, pero resultó en vano, su ansiedad era demasiado.

En cuestión de minutos, un lujoso carruaje se detuvo frente a ella, conducido por un hombre furioso que le exigía que se saliera de la carretera. Pero Nana lo ignoraba, con el mentón en el pecho.

Las amenazas del hombre se detuvieron de forma abrupta cuando se abrieron las puertas del carruaje.

-Señora Riddly, no se moleste por favor, es solo una mendiga molestando a personas trabajadoras como usted... estaba a punto de apartarla. -Dijo el conductor con nervios.

La mujer vestía ropa formal en impecables condiciones. Era claro que debía de pertenecer a alguna familia noble del imperio.

-¿Qué edad tienes señorita? -Preguntó la mujer poniendo una rodilla sobre la tierra frente a Nana para intentar verla a los ojos. -Pareces más joven que mis hijas... ¿Qué dices si...

-Lo siento. -La interrumpió Nana, mirándole con ojos vidriosos.

La amable sonrisa de la mujer se borró en un segundo, y al siguiente, el sonido de un disparo. La noble cayó de costado, dejando un rastro de sangre en el rostro de Nana, seguido por el sonido de más disparos.

Desde ambos lados de la carretera, los hombres de Fer emergían de atrás de árboles y arbustos, con armas en mano.

Un pequeño trapo cayó a los pies de Nana, pero su mirada estaba perdida en la nada.

-Límpiate, estás asquerosa. -Dijo Fer agachándose para saquear el cuerpo de la noble.

Esa noche, festejaron apostando las ganancias y bebiendo hasta caer inconscientes. Nana, por otro lado, pasó todo el día en su cama, su mente demasiado despierta para permitirle dormir, su cuerpo demasiado cansado para levantarse. Con su mano en el rostro, todavía podía sentir la sangre. "No puedes dejar que te afecte", se repetía una y otra vez. Esa no había sido la primera vez que habían hecho algo parecido, y sabía perfectamente que no sería la última. "Los débiles son la presa y los fuertes los cazadores, esa es la única ley de este mundo. Nosotros somos los cazadores".

El estruendoso ruido de la puerta al abrirse hizo que Nana se incorporara de un salto. Era Fer, con severa dificultad para mantenerse de pie, murmurando algo incomprensible y con una peste a alcohol que le hizo arder la nariz. Aquel noble debía de haber estado transportando muchos dorados encima como para que gastaran tanto. Pocas veces había visto a Fer así, estaba sudando tanto y respirando con tanta dificultad que, si no fuera por la botella medio vacía de ron en su mano, pensaría que se estaba muriendo, o quizás sí lo estaba. Tambaleándose, se acercó a la litera de Nana y de nuevo murmuró algo inentendible, pero esta vez dirigiéndose a ella.

Nana no estaba segura de qué responderle, o si siquiera entendería lo que le dijera, pero antes de que tuviera mucho tiempo para pensar, Fer comenzó a escalar la escalera hasta su cama. El primer instinto de Nana fue saltar, pero era muy tarde, el obeso cuerpo de Fer ya ocupaba cada salida. Se arrinconó contra la pared con la esperanza de que caería dormido en la pequeña cama. No lo hizo. Siguió avanzando hasta que sus manos la agarraron de las piernas y sus labios se posaron en su cuello.

Sin saber cómo responder, lo llamó por su nombre, pero sus palabras caían en oídos sordos, mientras las lascivas manos de Fer le recorrían el cuerpo. Con temblorosos brazos intentó empujarlo, sin embargo, era como empujar una pared. Repentinamente, la débil litera colapsó ante el peso, tirándolos a ambos al suelo. Aprovechando la situación, Nana salió disparada hacia la puerta. Al mirar atrás, encontró el cuerpo inconsciente de Fer en el suelo. Aun así, continuó corriendo hasta alcanzar la pequeña ventana que daba al tejado. Era imposible que el cuerpo de Fer pasara por allí.

La fría brisa nocturna le dio la bienvenida y la luna la cubrió con su luz. Su habilidad para ver el Aura se nublaba cuando ella se alteraba, pero sabía que se encontraban allí. Controló su respiración y se concentró en el leve velo azul que cubría el cielo. Poco a poco, comenzaron a salir de su escondite las pequeñas luces. No podían comunicarse con ella, pero le gustaba creer que sí podían entenderla y escucharla, por eso hablaba con ellas todas las noches. Esa noche solo les hizo una pregunta:

-¿Soy una cazadora? - Susurró con la cabeza enterrada en sus brazos.

Una extraña sensación recorrió su cuerpo. Levantó la mirada con la inocente esperanza de que estuvieran intentando responderle. Aquellas usualmente tenues y calmadas luces ahora comenzaban a brillar con más intensidad, moviéndose a un ritmo más rápido. Algo con una enorme cantidad de Aura las estaba alterando y se estaba acercando.


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