La Tierra Media, de esplendor inconmensurable, árboles con hojas color verde oscuro, otros con hojas verde tierno se mecen al compás de la brisa, la tierra debajo de estos se moteaba de la sombra de las temblorosas hojas. Las flores amarillas, brota...
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Esa mañana encendieron un fuego, por primera vez desde que dejaron Rivendel tenían un almuerzo-desayuno feliz. En lugar de correr a dormir decidieron esperar pues tendrían toda la noche para ello y no partirían de nuevo hasta la noche del día siguiente. Sam entonces se dispuso a sacar un poco de la comida guardada en bolsos sobre el lomo de Bill el poney, Stella se acercó decidiendo ayudarle:
— ¿Sabe usted cocinar milady? — preguntó Sam mientras vigilaba el fuego.
— Sí, aunque aún hay un par de platillos que no sé hacer. — dijo Stella sonriéndole a Sam.
Boromir a su lado dio un respingo y soltó un suspiro exasperado,ante el comentario de la chica, lo que se llevó un ceño fruncido de su parte, Stella lo escucho entonces murmurar: "debería haberse quedado, ¡una mujer! No será más que un estorbo, Istari o no", la chica respiró profundo tratando de calmar su genio. Unos minutos después todos conversaban animosamente a la par que comían el estofado de Sam, en un momento dado la voz de Gimli se alzó sobre el resto, hablando con orgullo a Boromir:
— ¿Ves esas montañas? — la preguntó el enano señalando a los montañas, ahora no tan lejanas.
— Seguro no puede verlas, tiene una visión muy corta y mala, como su juicio — dijo Stella en voz baja pero lo suficiente para que Boromir la escuchara.
— Cuida tus palabras — dijo Boromir girándose hacia ella.
— Tú deberías cuidar las tuyas — dijo Stella.
— ¿Y qué si no lo hago? — dijo Boromir enfadado, ni si quiera el mismo entendía de donde provenía tanto genio, pero sentía que era algo que se había acumulado en él.
— ¡Basta! — dijo Gandalf sobresaltado a ambos.
— Lo siento — dijo Stella centrándose en el plato de comida frente a ella.
Boromir se limitó a guardar silencio, concentrado en terminar el plato de comida en sus manos. Sólo Aragorn guardaba un silencio inquieto, casi preocupante. Al cabo de un rato dejó la Compañía y caminó hasta el borde del arroyo; allí se quedó a la sombra de un árbol, mirando al sur y al oeste, con la cabeza ladeada como si estuviera escuchando. Luego se volvió y miró a los otros que reían y charlaban.
—¿Qué pasa, Trancos? —llamó Merry—. ¿Qué estás buscando? ¿Echas de menos el Viento del Este?
—No, por cierto —respondió Trancos— pero algo echo de menos. He estado en el país de Acebeda en muchas estaciones. Ninguna gente las habita ahora, pero hay animales que viven aquí en todas las épocas, especialmente pájaros. Ahora sin embargo todo está callado, excepto vosotros. Puedo sentirlo. No hay ningún sonido en muchas millas a la redonda y vuestras voces resuenan como un eco. No lo entiendo.
Gandalf alzó la vista con repentino interés.
—¿Cuál crees que sea la razón? —preguntó —. ¿Habría otra aparte de la sorpresa de ver a cuatro hobbits, para no mencionar el resto, en sitios donde no se ve ni se oye a casi nadie?
