Capitulo 6. Bajo el resplandor de la luna

2 0 0
                                    

El aroma de las hierbas curativas se mezclaba con el aire fresco del Desfiladero, mientras John recobraba gradualmente su fortaleza. Sus ojos, aún reflejando el rastro de la experiencia traumática, se posaron en Zephyr con gratitud.

"Gracias, amigo", expresó John con sinceridad, "no sé qué habría sido de mí sin tu rápida intervención. Y a ti también, María, por estar ahí".

María asintió, compartiendo la mirada de gratitud con Zephyr. La fogata titilaba, proyectando sombras danzarinas sobre sus rostros, marcados por la fatiga y la tensión. Aunque la noche anterior los había unido en la lucha, la luz de la mañana revelaba la vulnerabilidad inherente a su búsqueda.

El Desfiladero Desgarrador, ahora iluminado por la luz del día, se extendía ante ellos como un laberinto de desafíos y misterios. Con la recuperación de John, se pusieron en marcha, decididos a enfrentar el próximo obstáculo en su camino.

La visión de la cueva de la luna emergió ante ellos como un cuadro de maravilla. La entrada, tallada con intrincados símbolos místicos, parecía un umbral entre dos mundos. El resplandor lunar iluminaba la abertura, revelando una serie de pasillos oscuros y galerías que se adentraban en las entrañas de la montaña.

Ante la entrada, los tres aventureros se detuvieron, asimilando la majestuosidad del lugar. Zephyr, con su habitual tono juguetón, murmuró, "Bienvenidos a la morada de los secretos ocultos y los susurros de la antigüedad. Aquí, amigos míos, se oculta más de lo que los ojos pueden ver".

El guardián de la cueva, un ser imponente con ojos resplandecientes y vestiduras enigmáticas, se materializó frente a ellos. Su presencia infundió un aire de solemnidad en el ambiente.

"Os enfrentáis al último desafío antes de acceder a la Cueva de la Luna", declaró el guardián con voz resonante. "Solo aquellos dignos pueden pasar. Resolved mi enigma y se os permitirá la entrada; de lo contrario, no sois merecedores de lo que yace más allá".

El guardián lanzó su acertijo: "Atravieso todas las ciudades, recorro montañas, pero nunca salgo de mi esquina. ¿Qué soy?".

Silencio se apoderó de ellos mientras las palabras del acertijo reverberaban en el aire. Maria, John y Zephyr intercambiaron miradas, sus mentes inmersas en una tormenta de pensamientos. La respuesta parecía un esquivo destello en la oscuridad.

"¿El camino?", propuso John, con una pizca de incertidumbre en su voz. Sin embargo, la respuesta no fue recibida con la confirmación del guardián. Un susurro sombrío llenó la gruta, indicando que habían fallado la primera oportunidad.

La conversación entre ellos se intensificó. Zephyr sugirió varias respuestas, mientras John, con su mente analítica, desglosaba cada detalle del acertijo. María, siempre intuitiva, presentó diferentes interpretaciones.

"¿El tiempo?", sugirió Zephyr, recibiendo un gruñido de desaprobación del guardián. La segunda oportunidad se esfumó.

La tensión se palpaba en el aire. "¿El mapa?", murmuró Maria, con una expresión de duda. El guardián guardó silencio antes de indicar con un gesto que la tercera oportunidad se desvanecía.

En el borde de la rendición, con la amenaza inminente de la derrota, Maria, con una expresión de determinación, pronunció las palabras que cambiarían su destino. "¿El rincón?". La respuesta resonó en la caverna, y esta vez, el guardián se aquietó.

El éxito en el acertijo marcó su entrada triunfal en la cueva de la luna. Las sombras danzaban en las paredes rocosas, y la tenue luz lunar filtrada por la abertura revelaba un mundo subterráneo de maravillas y misterios. Columnas de estalactitas colgaban como joyas cristalinas, y el suelo de la cueva parecía pulido por el paso del tiempo.

María, John y Zephyr avanzaron con cautela, impactados por la belleza que se desenvolvía ante ellos. La puerta de la cueva, que previamente parecía sellada, se abrió lentamente con un crujido místico. Un soplo de aire fresco y enigmático los envolvió mientras la entrada revelaba un pasillo iluminado por tenues antorchas mágicas.

La sensación de cruzar el umbral fue como entrar en un reino olvidado, donde cada paso resonaba con la promesa de descubrimientos épicos. La cueva, con sus muros tallados con antiguos jeroglíficos y su techo alto perdido en las sombras, parecía un santuario de conocimiento oculto.

El guardián, satisfecho por su resolución del enigma, desapareció en la oscuridad, dejándolos solos para explorar la maravilla que les aguardaba. Con cada paso, la curiosidad y la anticipación llenaban sus corazones mientras se adentraban más profundamente en la Cueva de la Luna.

En el corazón de la cueva de la luna, se encontraron con la figura misteriosa de la hechicera. Sentada en un trono de piedra tallada con símbolos antiguos, sus ojos centelleaban con una sabiduría ancestral.

"Preguntad, intrépidos viajeros, y yo responderé", dijo la hechicera con una voz que parecía emanar de la propia cueva. "¿Qué buscáis en este reino subterráneo?".

Con determinación, María se adelantó y respondió: "Buscamos derrotar a Melgar, el Señor de las Sombras, que amenaza con sumir nuestro mundo en la oscuridad eterna".

La hechicera sonrió con conocimiento. "Melgar, el antiguo, el que se alimenta de la sombra. Su historia se teje en las raíces mismas de la existencia. Escuchad, y os contaré la leyenda que guiará vuestro camino". Y así, en el corazón de la cueva de la luna, comenzó la narración que marcaría el siguiente capítulo de su odisea.

Susurros del Reino EncantadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora