SIETE - ANTES (IV)

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Cuando observábamos a los humanos errar y cometer estupideces por fruto de sus instintos me burlaba junto a mis hermanos de lo débiles que eran por no ser capaces de dirigirlos y re-instruirlos, pero ahí estaba. En ese maldito tren, tomándolo, ajeno al ajetreo clásico de las multitudes hablando sobre banalidades, y con solo una motivación, verla.

Estaba desobedeciendo a mi hermano, y en el fondo a las leyes celestiales, después de haberle dicho que no lo haría y haberle borrado por primera vez la memoria, lo peor de todo es que no parecía importarme lo más mínimo. Tal vez él tenía razón y la tierra me había afectado, tal vez llegados a este a punto jugarme mis alas parece un precio igual o menor a condenarme a olvidarla. Ahora entendía todos esos profetas que desobedecieron a dios, no eran ni veinte ni cientos, sino miles de profetas que fueron enviados en mil puntos del globo terráqueo, de distintas formas, colores, lenguas, pero con una cosa en común, un corazón latente y por tanto rebelde. En el cielo admirábamos eso de la humanidad, esa capacidad de poseer libre albedrío. Los ángeles nacemos con un destino marcado; servir la voluntad divina. No hay segundas oportunidades para nosotros. No existe algo como un error, no existe algo así como un desliz, existe la pena, la tragedia, el dolor y la miseria del castigo, Dios es piedad pero también es el más justo vengador.

Sabiendo todo eso no puedo evitar recordar ese día de tormenta torrencial, su vestido mojarse, sus ojos mirar confundidos hacia un lado y luego hacia el otro. Lo recordaba todo. ¿Y cómo no hacerlo? Esos mechones rebeldes alisarse con el agua de la lluvia. También haberla dejado sabiendo que en su casa había podido notar la presencia de una criatura sobrenatural, la tormenta solo lo confirmaba deseando que solo fueran alucinaciones de mi subconsciente buscar excusas para quedarnos porque lo último que deseo es ponerla en alguna especie de peligro.

Me daba igual no ser Archie Hayek, Arek no tiene mucho que hacer aquí, él jamás habría tolerado comportamientos así, y menos él jugarse sus alas. Creo que me he convertido en un punto medio entre ellos.

Finalmente tomé aire con fuerza al escuchar el altavoz anunciar la próxima parada, Black Sea. La ciudad de mis peores pesadillas, la ciudad de mi perdición, y al mismo tiempo de mi mejor sueño y la de la salvación para un corazón como el mío, que no ha visto descanso sin ella.

Poco después me levanté de mi asiento intentando no chocar con alguna que otra señora sentada demasiado cerca para mi gusto y caminé hacia la puerta, esperé a que estas se abrieran y salí. Miré hacia el cielo, hacía sol, lo cuál agradecí. Miré poco después a mis alrededores, como siempre la estación parecía casi abandonada. Me dispuse poco después a caminar hacia el bosque tenebroso, mi instinto me decía que debía estar ahí, en su pequeño refugio seguramente estaría leyendo como siempre.

Caminé como siempre por ese bosque intentando no hacer mucho ruido para no alertarla, finalmente llegué a su pequeño refugio, un puente de madera adornado por grandes y frondosos arboles que lo hacía casi invisible al ojo del resto.

Tuve que tragar saliva con fuerza, a pesar de estas semanas en las que me alejé ella seguía siendo tan bonita como siempre, concentrada y leyendo, metida en su mundo o conociéndola seguramente en otro. Lleva un vestido de flores que dejaba sus hombros al descubierto y el pelo atado en un moño desarreglado y aún así se veía como probablemente la criatura más bonita que mis ojos han podido ver.

—Hola.

Ella voltea con los ojos fuera de órbita incrédula ante que hubiese alguien que fuera capaz de llegar a ese sitio.

—¿Qué haces aquí? ¿Cómo has llegado?— preguntó ella dejando el ejemplar a un lado y levantándose casi histérica.

— Digamos que solía pasar mucho tiempo contigo aquí— sonreí encogiéndome de hombros, eso hizo que sus ojos se salieran de órbita de mala manera.

Hechos de fuego y luzWhere stories live. Discover now