DIECIOCHO

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La ciudad estaba sumida en un caos absoluto. Las calles estaban llenas de escombros, humo y sangre. En medio de la confusión, se podía escuchar el rugido de los motores de los tanques y el sonido de las armas de fuego. En el cielo, la batalla era aún más intensa. Los ángeles y los demonios se enfrentaban en una lucha épica, con sus alas desplegadas y sus espadas desenvainadas.

Mientras tanto, en un refugio improvisado, un grupo de sobrevivientes intentaba mantener la calma y sobrevivir a la batalla que estaba teniendo lugar en el exterior.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó uno de los sobrevivientes, mirando por la ventana hacia la calle llena de caos.

—No lo sé —respondió otro—. Parece que los cielos se han abierto y el infierno se ha desatado.

—¡Estamos siendo atacados por ángeles y demonios! —gritó otro, con los ojos llenos de miedo.

En ese momento, una explosión sacudió el refugio, haciendo temblar las paredes. Los sobrevivientes se agacharon y se cubrieron la cabeza, esperando que pasara la tormenta.

Cuando finalmente la explosión cesó, un hombre se puso de pie y miró a su alrededor, tratando de mantener la calma.

—No podemos quedarnos aquí —dijo—. Tenemos que encontrar un lugar seguro.

—¿Dónde? —preguntó otro.

—No lo sé —respondió el hombre—. Pero tenemos que intentarlo. Vamos.

Los sobrevivientes salieron del refugio y se encontraron en medio de la ciudad en ruinas. Con el sonido de la batalla a su alrededor, comenzaron su peligroso viaje en busca de seguridad.

Los ejércitos humanos estaban completamente fuera de su elemento. Nunca antes habían enfrentado a criaturas sobrenaturales, y mucho menos a seres tan poderosos como los ángeles y los demonios. Las armas humanas no parecían tener ningún efecto contra los seres sobrenaturales, y la mayoría de los soldados estaban paralizados por el miedo.

Los ángeles descendían del cielo con una fuerza imparable, empuñando espadas de fuego y escudos de luz que hacían que los demonios retrocedieran. Los demonios, por su parte, se retorcían y rugían mientras luchaban contra los ángeles, y algunos incluso se transformaban en monstruos aún más grandes y grotescos.

Los civiles que habían logrado escapar del caos se escondían en sus hogares, temerosos de salir y enfrentarse a lo que estaba sucediendo en las calles. El sonido de las explosiones y los gritos de los soldados y criaturas sobrenaturales llenaba el aire, creando un ambiente de terror y confusión.

La gente se aferraba a la esperanza de que los ángeles prevalecieran y restauraran el orden en la tierra, pero nadie podía prever el resultado de la batalla sobrenatural que estaba teniendo lugar ante sus ojos.

(***)

Hank empieza a impacientarse mientras espera a Agnes con el bebé en brazos. Han pasado varias horas desde que acordaron el encuentro y ella no aparece. Hank empieza a temer lo peor y decide ir en su búsqueda.

Mientras tanto, Agnes se encuentra en una habitación de hotel con Nathaniel. Está nerviosa y arrepentida por lo que ha hecho, sabe que ha cometido un error al secuestrar al niño. Decide llamar a Ilay porque sabía que Ilay era su sitio seguro a pesar de todo, por más complicada que fuera la situación.

—Hola, Ilay. Necesito hablar contigo...

—¿Agnes? ¿Qué ha pasado? ¿Estás bien?

—Sí, estoy bien. Pero he metido la pata. Secuestré a Nathaniel para llevárselo a Hank, pero me arrepentí. No sé qué hacer ahora.

Hechos de fuego y luzWhere stories live. Discover now