Capítulo 4

536 48 45
                                    





No sé qué hacer. Mi mente va a toda velocidad. ¿Por qué querría mi padre que firme una hoja en blanco? ¿Qué va a hacer con mi firma después?

Su mano se mantiene firme sobre mi puño, empujando la lapicera sobre la hoja.

—Firma, hija —susurra sobre mi oído, produciéndome un escalofrío.

Oírlo llamarme "hija" me sorprende y la tensión en mis dedos se ablanda, permitiéndole comenzar a mover mi mano.

Salgo del trance, sorprendida por el chirrido, cuando la puerta se abre de par en par tras de mí y me estremece el fuerte sonido de pisadas de botas ingresando al despacho.

—Federico, ¿qué sucede? —la voz de mi padre denota fastidio. —Estoy ocupado.

Severiano suelta mi mano, alejándose de mí y la pérdida de su peso me desestabiliza, ocasionando que mi mano se deslice en una línea involuntaria, rayando el papel de lado a lado.

Mi padre aprieta los labios, con frustración, pero quita enseguida la hoja debajo de mi mano, arrugándola para tirarla a la basura.

Imagino que no va a continuar aquello con Federico delante, pero desliza una nueva hoja bajo mi nariz.

—No te preocupes, aquí hay otra una copia —me indica mientras vuelve a apoyar mi mano sobre el papel. —¿Qué quieres, Federico?

Aunque no puedo verlo, siento al nombrado moverse detrás de mí. Llega a mi asiento y apoya las manos en el respaldo de mi silla, puedo sentir su aroma a tabaco rodearme y sus dedos rozan mi espalda, seguramente a propósito. Me remuevo, intentando perder el contacto pero no tengo mucho espacio.

—Estoy por confirmar el reparto pero no tenemos transportes suficientes. —Federico se estira sobre la mesa, apoyando innecesariamente su cuerpo sobre mí para extenderle unas hojas con lo que parecen ser días y horarios a mi padre. —Tenemos superpuestos los envíos.

—Firma de una vez, Cristina, que tengo que arreglar esto con Federico —Severiano me habla sin levantar la vista de la información delante de sus ojos.

Voy a moverme, buscando hacer un garabato ilegible que no pueda funcionar como mi firma, considerando que mi padre está ahora distraído, pero cuando me inclino para escribir, una pesada mano se posa entre mi hombro y mi cuello, deteniéndome.

Siento la firme y cálida mano de Federico apretar mi hombro un poco, lo suficiente para que se sienta como una orden de mantenerme quieta. De alguna forma pienso que intenta ayudarme, pero luego siento su pulgar dibujar círculos perezosos cerca de la base de mi cuello, como si fuera un masaje.

Inspiro. Solamente intenta ponerme nerviosa. Y lo consigue. Él no ha dejado de hablar con mi padre, que continúa inspeccionando las hojas.

Me sorprende la capacidad de disociación de Federico, la caricia lenta y sugerente que me propicia es muy alejada a su conversación profesional sobre unos camiones. Sin embargo, yo no soy capaz de tal autocontrol, mi pulso se acelera y estoy segura de que él lo siente, su mano se desliza por un momento a rodear mi cuello al completo en un agarre posesivo y sofocante.

Quiero alejar su mano, o moverme, pero sé que si lo hago mi padre va a devolver su atención a mí, así que le permito continuar con el contacto, que regresa enseguida a mi hombro derecho, donde sus dedos son la presión justa para mis músculos tensos y sus yemas producen un escalofrío delicioso que baja por mi espina dorsal y se pierde en el resto de mi cuerpo. Mi mente recuerda que detesto a Federico Rivero, pero ésto no parece importarle a mi cuerpo, mis hombros se remueven siguiendo sus caricias y me siento tentada de cerrar los ojos.

Ojos que no venDonde viven las historias. Descúbrelo ahora