Capítulo 3

750 47 19
                                    


—¿De dónde la han sacado?

La mirada atemorizada de Vicenta solo sirve para aumentar mi inquietud por la rosa negra que llevo en la mano.

—Estaba en la tumba de mi madre —explico, e inmediatamente la veo santiguarse.

—Dios bendito —dice y luego se sienta en una silla, con la mirada perdida.

—Vicenta, por favor. —Willy se inclina a su lado, apoyando una cariñosa mano en su regazo. —¿Qué sucede? ¿Por qué te pones así?

—Tírenla, y no le digan a nadie que la han encontrado.

Mi nana está visiblemente pálida y Willy acerca un abanico que hay en la mesa para darle aire.

Algo extraño sucede, pienso y pienso y no consigo darme cuenta de qué. Mi mirada vaga con disimulo a la preciosa flor que tengo en la mano. Un rosa espléndida, de tallo largo, llena de espinas. Sus pétalos oscuros, tan oscuros como mi cabello, parecen brillar como el alquitrán bajo la luz artificial de la cocina. Pero su belleza es traicionera, sé que es un mal augurio, aunque todavía Vicenta no nos haya explicado el porqué. 

—¿Y entonces? —Willy pregunta, con los ojos muy abiertos, todavía agachado a un lado de Vicenta, esperando—. ¿Qué significa? ¿Quién la ha dejado?

—Es una declaración, una sentencia. —Vicenta toma aire, como si se ahogara solo de hablar del tema. 

—Por favor, nana —le ruego—, explícanos un poco más.

—La Rosa Negra envía oscuras flores a sus futuras víctimas, marcándolas como su próximo objetivo —resopla, finalmente sucumbiendo a nuestro interrogatorio—, pero además, deja una única rosa negra sobre la lápida del difunto, para adjudicarse su muerte.

—¿La Rosa Negra es una persona?

—Más que eso.

—A ver, Vicenta.... estás patinando un poco. —Willy comienza a sentirse exasperado. Lo suyo siempre ha sido la sencilla y llana lógica. —Seguramente algún loco se cree muy gracioso y reparte rosas negras esperando causar el pánico. Me parece muy obvio.

—La Rosa Negra es una cosa muy seria, niño Guillermo. —Vicenta se pone en pie, limpiando sus manos en su delantal con nerviosismo, en voz muy baja. —Es una organización. No se habla de ella, pero todos sabemos que existe. Cada tanto se arruinan unos cultivos de la nada, o aparece prendido fuego algún camión que transportaba mercadería, algún pobre diablo con muchas deudas aparece tirado muerto en una zanja... en fin. Es un mal augurio.

Parpadeo, intentando procesar esta ridícula conversación. Jamás he oído nada de esto, ni mucho menos de una organización como ésa en la zona. De todas formas, algo en mi interior se remueve con el vibrar poderoso de la duda, y dejo caer la rosa sobre la mesa, incapaz de sostenerla en las manos por más tiempo, azuzada mentalmente por el costumbrismo del mito popular, del que no soy poco creyente.

No ayuda que Tomasa entre a la cocina y deje caer la bandeja con todo lo que trae, al ver la flor tendida en la mesa de madera. El caos se desata por un breve momento hasta que Vicenta llama a Benito para que se lleve a una catatónica Tomasa fuera y luego se agacha junto con Willy a recoger los platos rotos y lo que se ha caído.

—Tírala, o quémala —Vicenta le insiste a Willy cuando han terminado de levantar todo, señalando con un acusatorio dedo a la rosa, desde lejos—. De todas formas, nada puede hacerse, Doña Consuelo ya está muerta, y será mejor para todos olvidarnos de lo que sabemos.

—¿Y qué sabemos? —pregunto a nadie en especial, esperando no ser la que pronuncie lo que la situación representa.

Willy da unos pasos en el lugar con aspecto pensativo. Me siento desesperada por moverme o hacer algo, inquieta hasta los huesos, pero me mantengo en mi disfraz de ciega, frotando constantemente mis manos con nerviosismo.

Ojos que no venWhere stories live. Discover now