Capítulo 9

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Cristina.

No sé cómo voy a explicarle a Federico cómo llegamos al cobertizo.

Después de que se desmayó, conseguí despertarlo dos o tres veces para que me ayude a caminar un poco, hasta que vi una estructura de madera en el bosque. No sé a quién pertenece, si a El Platanal o a La Serena, ya no sé de qué lado de la hacienda estamos y nunca he visto este lugar antes, no veo el bosque desde que tenía doce años.

—Nicolás... —Federico murmura por tercera vez, mientras consigo dejarlo caer en el suelo, empapados los dos y agotados. —Espera —me detiene, moviendo las manos en el aire—, tengo que salir por Nicolás.

Ha estado balbuceando aquel nombre constantemente, pero no tengo fuerzas para hablar ni preguntarle nada. Me siento a su lado, con la musculatura agarrotada y las manos tensas. En un segundo, hemos mojado todo el suelo.

Lo miro, finalmente prestando atención a su estado. Tiene una pequeña marca en la frente y la camisa rota por un hombro, con algo de sangre, aunque no veo bien, está oscuro y su ropa está demasiado húmeda. Parece más un raspón fuerte que una herida preocupante, pero igual me siento angustiada. Creo que no es el golpe de la rama lo que lo puso así, sino la tormenta, y algún recuerdo traumático que incluye al Nicolás del que habla.

Pensé que se burlaba de mí cuando me dijo que le daba miedo la lluvia, pero después de su desmayo y su estado actual, estoy casi segura de que es cierto.

El ceño de Federico está tenso, me preocupa que se despierte y se dé cuenta de que veo, pero parece estar sumido en algún extraño recuerdo, ajeno a mí. Se remueve, apretando los labios.

La oscuridad es casi total, hay una ventana con un vidrio muy sucio por el que asoma el principio de la luz de luna y los ocasionales fogonazos de la tormenta eléctrica, ahora en su máximo apogeo, pero nada más.

En verdad, estoy aterrorizada, el espacio es pequeño, pero podría haber aquí algún insecto, o algún animal. Me hago un bollo, en el medio del cobertizo, alejándome de las esquinas y pegándome a su cuerpo semi inconsciente.

—Federico. —Acaricio su brazo, intentando calmarlo al oírlo murmurar de nuevo, o tal vez soy yo la que se calma al contacto de su cuerpo. —Ya estamos fuera de la lluvia —le digo, aunque no sé si me oye.

Tomo su muñeca y me doy cuenta de que estoy aferrándolo sobre el cordón que siempre lleva. La textura es extraña y lo observo finalmente, es un hilo sencillo que atraviesa tres botones.

—Nicolás —insiste, removiendo su muñeca de mi mano y aferrando la pequeña cinta.

No sé qué hacer. Si Federico despierta y nota que estamos bien acomodados o que inspeccioné el lugar, va a sospechar de mi falsa ceguera, todavía no sé qué voy a decirle.

Nos quedamos unos momentos así, hasta que Federico parece calmarse.

—Cristina —murmura, con voz más suave, como si se estuviera despertando.

—Aquí estoy —Pongo mi mano en la suya de nuevo y la toma con fuerza, tirando un poco de mí hasta que quedo tendida a su lado.

—Sal de la lluvia, es peligroso.

—Ya estamos bajo techo —susurro, cerca de su rostro.

—Adentro está el monstruo. Aquí tampoco estamos a salvo.

¿El monstruo?

Miro a mi alrededor, confundida y temerosa.

—¿Ahora sí vas a quererme incondicionalmente? —sigue hablado con los ojos cerrados—. Me lo habías prometido.

Ojos que no venWhere stories live. Discover now