Capítulo 8

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Cristina.

Ya no soporto estar cerca de Federico. Y ya no es por todo lo que su cercanía física me produce, aunque aquello también sea un grave problema.

Sé que tiene amoríos con muchas mujeres, y al menos estoy segura de que se acuesta con Raquela, pero saber que se ha acostado con Felicitas Reyes, sencillamente me destruye.

Fantaseo con que sea una mentira, algo que se ha inventado para molestarme, tarea en la cual ha tenido éxito.

No sé si alguna vez he sentido celos tan duros, tan agudos... sobretodo sin ninguna razón de peso. Federico Rivero no es nadie para mí. Y además, es mi peor enemigo.

Lo detesto.

Al mismo tiempo que lo detesto, lo deseo.

Es un deseo que me aturde, que me desestabiliza. Un sentimiento extraño que he arrastrado por tantos años, sin poder comprenderlo, incapaz de aceptarlo. No sé si aquel día su cuerpo dejó marcado mi cuerpo, si lo selló, para que solo reaccione así a su presencia, pero el deseo es sofocante, casi un tormento.

Sé que él también me desea, pero acaso no soy en su lista una más, tras la rubia angelical que acaba de marcharse, la mujer que Lugo ha mencionado esta mañana, y quién sabe cuántas de las muchachas del servicio o del pueblo.

Pensé que despertar deseo en un hombre era una sensación esplendorosa y floreciente, pero en este momento aquella atención que dominaba se ha vuelto en mi contra. Siento una acidez tan dolorosa, una punzada tan candente en el pecho al descubrir que no soy la única que le interesa.

Comprendo lo que es la atracción física, el anhelo, he jugado también con ellos hoy, en términos de desventaja técnica. Sé que dar rienda suelta a aquel fuego que siento será consumirse en único sacudón huracanado, que dejará detrás destrozo, vacío y arrepentimiento, al verlo marchar tras la siguiente conquista resistente, tras la próxima diversión de paso.

Debería estar ocupándome de vengar a mi madre, buscando la manera de librar mi hacienda de Federico, el hechicero macabro que la tiene bajo su dominio, bañada con un manto oscuro, líquido, como petróleo corriendo por la tierra y chorreando por las paredes. Pero solo estoy aquí, estática, pensando en las palabras que ha dicho sobre la mujer que acaba de marcharse.

Felicitas Reyes de Miranda, la más angelical y femenina de las mujeres, es capaz de engañar a su marido, y hacer cosas de las que me siento avergonzada de pensar siquiera.

Como una hilera de pólvora, Federico ha deslizado las partículas de palabras rústicas y ardorosas para describir su encuentro con ella, prendiendo después la mecha, para dejar aquel impacto explosivo avanzar por mi cuerpo en una ola destructora y abrasiva.

Lo peor de todo es su voz, la facilidad con la que describe la pasión carnal que ha compartido con otra, sin pudores o vergüenzas, mientras su murmullo aterciopelado en mi oído suena como una voluptuosa música que evoca imágenes en mi mente, donde yo soy la protagonista de aquella sensual escena.

Me alejo, casi sin poder respirar, buscando en el jardín algún tipo de oxígeno limpio que pueda abrir mis pulmones y calmar mis pensamientos.

En vez de dirigirme a la cocina por el lateral de la casa, aprovecho que no hay nadie a la vista y atravieso al completo el parque, hasta el establo.

Entro a la vieja construcción de madera, esperando poder estar un momento aquí a solas, ya va a caer la tarde y tendré que regresar para la cena.

Me deslizo por los boxes, saludando a los caballos nuevos, hasta que encuentro el objeto de mi interés: mi caballo, Princesa.

Ojos que no venDove le storie prendono vita. Scoprilo ora