Capítulo 20

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Federico.

Ella me ha elegido.

Se me va a salir el corazón del pecho.

Me siento tan eufórico, tan desbordado de emociones que me he olvidado de todo lo que ha pasado.

Qué liviana me resulta su boca cuando no hay ningún anillo haciendo pesada su entrega. Que suave, como algodón de azúcar, casi bebible.

Es éso... tal vez pudiera beberla.

Su esencia líquida, femenina, misteriosa y tan... tan ardiente.

Presiona mi pecho con su mano, marcando un límite y la comprendo, sin importarme mucho, me he puesto a devorarla delante de su tía.

No consigo abrir los ojos cuando la dejo apartarse, soltando sus labios. Quiero retener en mi mente este momento, ciego, como ella, solamente concentrado en sentirla, en percibir su aroma y su cuerpo, ajeno a lo que nos rodea, a lo que hemos dejado atrás y a lo que viene.

Martirio no está a nuestro alrededor cuando abro los ojos, tengo que reconocer, que esa mujer sabe bien cuando no le corresponde una escena.

Cristina se aferra a mis brazos, por los codos, tensando y aflojando los dedos y yo sostengo su cintura, acariciando su abdomen con mis pulgares, imaginando que lo hago sobre su piel desnuda.

—Tu tía nos ha dejado solos —le informo.

Alzo una de mis manos y acaricio su mejilla y su barbilla con la punta de los dedos y sonríe. Siento cosquillas en el pecho.

—Quiero llevarte a la cama ahora —no puedo evitar decirle lo que estoy pensando y ella traga saliva y se sonroja, aumentando mi pasión por ella.

Su precioso traje color crema está manchado de sangre, y también mis manos, y mi camisa, pero el sentimiento por ella es tan poderoso, tan ambicioso, que supera las angustias de hace un momento, porque, ella me ha elegido.

—Federico... —su tono de "antes tenemos que hablar" me enternece y la callo con otro beso, aferrando su nuca y dándole una suculenta mordida a su labio inferior y veo en el momento cómo se derrite y se apacigua.

—Sí, sí... hay que hablar —la tranquilizo—, pero no hace falta hacerlo ahora —le digo, sintiéndome muy aterciopelado, mientras acomodo un cabello rebelde tras su oreja y la siento estremecerse—. Primero quiero bañarte, eliminar los rastros de esta noche de tu cuerpo para adorarte y hacerte mía, toda... toda la noche.

Muerde sus labios, desestabilizada y tiemblo de su gesto tan erótico, tengo que contenerme, o no llegaremos a la cama.

—¿Tú también lo quieres... ángel? —le pregunto, ansioso de saber algo de lo que piensa

—Sí... sí quiero.

Sonrío, completamente satisfecho y la encierro en mis brazos, besando su cabello y acariciando su espalda.

—Federico —su tono cambia un poco cuando habla sobre mi pecho—, ¿ya no estamos en peligro?

—Lo siento, ángel, todavía no se ha terminado.

Asiente, en aceptación y la admiro por su valentía.

No se ha quejado, ni siquiera ha llorado por eso. Ha aceptado la amenaza que se cierne sobre la hacienda sin huir. Incluso ha desafiado mis órdenes, saliendo de la casa.

Tal vez es más fácil al estar ciega. No percibir las miradas de los demás, no ver el entorno, ni siquiera supo que había un hombre encapuchado delante de su mismo rostro.

Ojos que no venDonde viven las historias. Descúbrelo ahora