Capítulo 16

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Federico.

¿Cómo puede ser así? Tan hermosa, tan suave y a la vez tan ardiente... tan... perfecta para mí.

Calza en mi cuerpo como si estuviera hecha a mi medida. Está completamente retorcida en una posición incómoda, y no solo no se queja, sino que parece gustarle.

Se arquea, mi mano ya traza una marca de fuego en la piel de su abdomen, descorriendo su camisa, subiendo hasta rozar sus pezones por arriba de la suave tela y su cuerpo se sacude, pero resiste, cuando mis embates algo excesivos contra su trasero la hacen chocar contra la mesa, empujando la madera con sus brazos para sostenerse.

Quiero demostrarle lo que le espera, así, vestidos los dos, de pie en el escritorio. Que esté preparada para mí y el hambre feroz que tengo por ella, que lleva más de diez años acumulándose.

Fui suave anoche, lo reconozco... me dejó idiota con su cuerpo tan blando y moldeable, su piel blanca y pura, con su entrega absoluta, su forma de dormir en mis brazos como si fuera allí el único lugar para estar en el mundo.

Su energía femenina me sacude, entrando por todos mis sentidos. Gime, me ruega, dice mi nombre mientras tironeo de su cabello sedoso y una electricidad tan fuerte me recorre, un anhelo tan feroz. Ya no puedo ser suave ahora.

Anoche pensé que la tenía, que se despertaría convencida de que el mundo empieza y termina en nosotros, como me pasó a mí esta mañana, admirando sus pestañas negras haciéndole cosquillas a mi pecho desnudo, su mano todavía anudada a la mía, mientras el anillo de casada que le puso otro me hacía caer en una realidad aplastante que me dejó hundido.

Ahora todo es duda... se escurre de mis dedos como agua, y vuelvo a saber que puede irse en cualquier momento. La presiono contra la mesa, clavo mis dedos en su cintura, como si la rudeza pudiera hacerla reaccionar, comprender que no pertenece más que a este momento, a cualquier momento en el que estamos juntos.

La volteo con brusquedad, me siento desesperado de besarla en un ángulo más cómodo y liberar sus senos del brasier y la camisa para acunarlos con mis manos... ellos también están hechos a mi medida.

Intento desabrochar los botones, con ansiedad, y ella aferra mis manos por las muñecas, débil y ahogada.

—Federico... detente... no puedo.

Me sonrío, muerto de ternura de su falso rechazo, mientras su cuello se abre para mí y su boca exhala un aliento que me pertenece, porque se lo he intoxicado.

—¿Te piensas que me importan tus tontas quejas? —la tomo del cuello, mordiendo su labio bajo y su pulso tiembla bajo mi palma, encendiéndome hasta la locura—, intenta detenerme de tomar lo que es mío —insisto, presionando todo mi cuerpo contra ella, enterrándome entre sus piernas, mientras la beso y deslizo mi mano dentro de su camisa—. Es más, estoy deseando que lo hagas... no sabes cómo me pone cuando me peleas.

—Suéltame —exhala, endardecida, mientras tomo sus muñecas y las apreso tras su espalda con una sola mano, obligándola a sacar pecho.

—Eres escurridiza, te escapaste de las esposas... pero tengo en mente otras formas de atarte.

—Federico, la puerta —su voz suena más firme, aunque es un susurro.

—¿Quieres contra la puerta? Dios... me encanta —respondo, excitado, ya arrastrándola conmigo, pero se pone muy rígida y sus manos agarran con fuerza mi camisa.

Solo entonces escucho el débil golpe en la madera y me quedo completamente detenido.

No, no, no... no ahora.

Ojos que no venDonde viven las historias. Descúbrelo ahora