Run fay run

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V

Barcelona, España, 2014.

Corría, chapoteando los charcos de la lluvia que había en la acera, mojando mis pantalones y zapatos. Apartaba a la gente murmurando "disculpe" a cambio de malas miradas y insultos. Giré mi cabeza un momento sin parar, los tenía casi pisando mis talones. El inmenso frío que hacía y la lluvia, que caía con violencia en toda Barcelona, no aportaban nada de ayuda en estos momentos. Y ayuda era lo que necesitaba. Por culpa de la lluvia, la ropa, ahora empapada, se enganchaba a mi cuerpo como una segunda piel, impidiéndome correr más rápido, tenía ganas de quitármelo todo si eso ayudaba a que fuera más rápido. Aceleré todavía más avanzando hacía Plaça de Catalunya, pasé todos los semáforos en rojo con la adrenalina al borde del abismo y los hombres pisándome los talones. Me introduje en la plaza, llena de turistas desorientados y de niños que se escapaban de sus madres para jugar con los charcos. Giré otra vez mi cabeza, no los veía. Expulsé todo el aire acumulado en mis pulmones, enfadada conmigo misma, por meterme en estas cosas tan peligrosas.

"¡Allí está!" me giré alarmada por esa voz. Vi a uno de los hombres, tenía una horrible cicatriz que le cruzaba toda la cara y venía corriendo hacía mi. Automáticamente mis pies comenzaron a correr solos, también alarmados. Salí de la plaza y me introduje en las estrechas calles del centro. Volver a casa no era una buena opción, no quería encontrarme otra vez los cadáveres de mis padres. Ir a casa de mi amiga Sofía tampoco era buena idea, no quería implicarla en este lío. De repente mi bombilla imaginaria se encendió. Ya sabía a donde ir, pero primero los tenía que despistar antes de ir a casa de Javier.

Mis pies siguieron solos el mismo recorrido para ir a su casa, pero con la adrenalina de que no me pillaran, terminé en un callejón sin salida. Uno de los edificios tenía una escalera de metal que te llevaba a la terraza, y de la terraza dentro del edificio. Sin pensarlo comencé a escalar la escalera para subirme, pero entonces, unas manos gruesas me cogieron de las piernas, tirando de mi. En ese momento sentí mi corazón palpitar con mucha violencia, parecía que en algún momento fuera a salirse de mi pecho. Mis sudorosas manos se resbalaron del metal y el hombre que me había cogido me lanzó al sucio y mojado suelo. Caí de culo, con las rodillas dobladas y las manos en el suelo. Gemí de frustración y dolor. Todo mi cuerpo estaba en alerta y nervioso, a pesar de estar toda empapada sentía como gotas de sudor caían por mi nuca y frente. Los tres hombres que me habían perseguido me miraban con una sonrisa macabra. Sabía lo que venía ahora, y me lo tenía bien merecido. Por haberme metido en estas cosas de adultos, donde todo esto solo salía bien en las películas y donde se jugaba con la muerte. Qué estúpida había sido, si tan solo hubiera hecho caso a los demás... Pero ahora no era momento para ponerse a llorar como una niña pequeña, no. Era hora de enfrontar la realidad, el verdadero peligro y ser fuerte.

Me levanté del suelo y me quité el abrigo que pesaba por el agua. Era yo, Luna de la Rosa, baja, delgada como un palillo, contra tres hombres tan grandes como un gorila y de aspecto terrorífico. Levanté la barbilla y me puse derecha. Sostuve la mirada en aquellos gorilas rusos, el que tenía la raja en la cara tenía una navaja en su mano derecha, en sus ojos solo había odio, pero no un odio personal. Sabía que tenía ganas de enterrar esa afilada cuchilla en mi pecho. Por el rabillo de mi ojo vi la escalera, esperando por mi, y a mi otro lado un gran cubo de basura. Tenía que huir. 

En un rápido movimiento tire el cubo a los gorilas y sin esperar comencé a subir la escalera, directa a la terraza. Mientras subía pude escuchar los insultos y maldiciones en ruso que soltaban aquellos hombres. 

Cuando ya casi había llegado a mi destino, miré hacia abajo, el de la raja subía detrás mío con todavía la navaja en la mano y esa macabra sonrisa. Me di más prisa y por fin pude llegar a la terraza, pero al mismo tiempo que llegaba yo, también lo hacía el gorila ruso. Me mezclé entre la ropa que había tendida en toda la terraza, sabía que los otros dos también iban a subir. Mi improvisado plan sería marearlos para luego huir y ir hacía la casa de Javier, que no quedaba lejos de aquí. Cuando dí tres vueltas completas en toda la zona, oí tres disparos. 

Inmediatamente paré, con la boca abierta miré hacía todos los lados, intentado encontrar la fuente del sonido. Los gorilas no llevaban pistola, la hubiesen sacado en el momento en que me habían tirado al suelo. Entonces, una mano me tapó la boca y tiró de mi. Forcejeé con esa persona para que me soltara.

—Sh... Cállate—  Abrí mis ojos con sorpresa al oír esa voz. Dejé de forcejear y quitó su mano de mi boca. Me giré. Era el idiota de Javier. Ahogué un grito de alegría y lo abracé. Él rió por lo bajo y me correspondió el abrazo. Me separé de él.

—¿Cómo..?—Intenté preguntarle. No entendía nada de la situación.

—Les he clavado una bala a cada uno, será mejor que salgamos de aquí. En mi casa te lo puedo explicar mejor.—Javier me respondió con rapidez. Yo solo asentí y agarrados de la mano salimos de aquel edificio.

De pequeños todos matamos hormigasWhere stories live. Discover now