Monstruos

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XIV

Chicago, Estados Unidos, 1987.


Eran tan solo las diez de la noche. Normalmente a esa hora toda la calle y barrio se encontraba vació y oscuro, allí solo había lugar para el silencio. Pero esa noche era diferente, toda la ciudad se encontraba animada y con ambiente. Parecía ser una noche perfecta. El cielo tenía una negrura nunca antes vista, decorado con estrellas, nubes y una luna que coronaba todo el espectáculo nocturno. El viento y el frío eran lo que todavía permanecía y seguían resistiéndose a marcharse. En la calle había ruido, se podían escuchar voces, risas y algún que otro chillido, y aunque fuese una de las noches más oscuras, las calabazas y farolillos iluminaban todo lo que sucedía. Todavía seguía habiendo grupos de pequeños monstruitos y criaturas pidiendo caramelos y chocolatinas a cada casa que se encontrase con las luces abiertas. Y los más mayores se preparaban para pasar una de las mejores fiestas, vistiéndose con el mejor disfraz o buscando algún lugar donde poder conseguir lo que tanto les prohibían los adultos.

El viento le revolvió la cabellera y los pelos falsos que Jackson le había pegado en el brazo y la mandíbula. Margaret se retiró los pelos que le impedían la visión. Si este disfraz hubiese supuesto tanto problema entonces habría escogido otra cosa, pensó. Pero no podía quejarse, tuvo todo el tiempo para escoger algo, y ser una mujer lobo tampoco estaba nada mal. Al fin de cuentas era lo que le gustaría ser a veces. Se había vestido con su ropa vieja algo rasgada a propósito y su mejor amigo la ayudó con todo el maquillaje. No era nada del otro mundo, pero le gustaba el resultado. Jackson se lo había currado, hasta le había puesto dos orejitas que sobresalían de su cabeza. Se sentía orgullosa de su disfraz. Era el primer año que se disfrazaba de algo que diera miedo, el resto de años se había disfrazado de cosas muy simples y vistas.

—No sabía que ser una mujer lobo fuese tan difícil—dijo Margaret recogiéndose el pelo en una coleta. Ya se había cansado, el viento esa noche no estaba a su favor.

Jackson rió.

—Me has dado una idea para crear un show—hizo una pausa y se quedó callado—Se llamará "Una mujer de pelo en pecho".

—Si fuese una productora te negaría la idea—dijo Margaret con una sonrisa—Y vamos, que llegamos tarde. Como siempre.

Los dos fueron al coche con sus bolsas llenas de caramelos, detrás vino Jessica corriendo. Cuando llegó se paró y apoyó sus manos en las rodillas.

—Uff...Lo siento, chicos. Ya estoy aquí. —Jessica recuperó la respiración y se incorporó con una sonrisa—Estaba arrasando con todo lo que tenían los Smith, esos cabrones tienen buenos dulces y son unos rácanos.

Margaret negó con la cabeza. Jessica no tenía remedio, se tomaba muy enserio Halloween. Los tres no dijeron nada más y se subieron al coche rumbo a Gold Coast.

Margaret y sus amigos empezaron la ruta a eso de la nueve de la noche, un poco tarde, pero a tiempo para formar parte de la tradición. A ella y a sus amigos por más que les gustase ir a las fiestas que se celebraban, no podían resistir la tentación de coleccionar toda clase de golosinas y empacharse con ellas. Eran gratis y eso se tenía que aprovechar. Ellos todavía no se consideraban demasiado grandes para hacer truco o trato.

A esa hora ya se habían recorrido parte de su zona y llegaban a tiempo para terminar con el barrio más rico de Chicago y asistir a una de las tantas fiestas que se celebraban allí. Corría el rumor que en Gold Coast los caramelos y golosinas eran más grandes y más buenos, y era obligatorio pasar por allí.

Jackson iba al volante de su Jeep vestido de zombi, al copiloto estaba Margaret y en los asientos de atrás estaba Jessica la cual se había convertido en una animadora muerta. Ninguno de los tres se había puesto de acuerdo con el disfraz y cada uno iba vestido de lo primero que se les ocurrió y que fuera fácil. Tenían sus bolsas a reventar de caramelos, y no sabían si tendrían espacio para más, además tampoco sabrían si les abrirían la puerta a esa hora. Margaret se encontraba preocupada por eso desde hacía rato. No quería entretenerse mucho por su barrio, pero Jessica estaba empeñada en ir a cada casa, sin dejar ninguna. Esa noche especialmente no quería volver a casa tan temprano, no quería volver y que las luces estuvieran todavía encendidas, no.

De pequeños todos matamos hormigasWhere stories live. Discover now