Un cuento de hadas

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XV

Moscú, Rusia, 2001.


La sangre decoraba las blancas paredes de la habitación. Parecían, a lo lejos, manchas de pintura, pero más cerca estabas se podía apreciar que no lo eran. El olor era inconfundible, aunque ahora después de unos minutos pasados, tan solo se olía el perfume de vainilla. El perfume que siempre usaba Katerina. La sangre estaba seca, incrustada en las paredes, sabanas y muebles de la habitación.

Nikolay había quedado paralizado durante diez minutos. Diez minutos en los que Katerina ya estaba muerta. Diez minutos en los que su vida había cambiado para siempre. Solo le había bastado unos segundos para apretar el gatillo, tumbarla al suelo y esparcir toda la habitación con su sangre. Con un simple movimiento del dedo índice había asesinado a la que era su chica. Se había quedado mirando el cuerpo (ahora un cadáver) viendo como hacía su último suspiro y un gran charco de sangre se formaba alrededor de la cabeza. Katerina había muerto en la postura en que ella siempre se dormía; de lado, con las piernas juntas y acurrucada con los brazos juntos. Parecía que estuviese dormida, si no fuese por toda la sangre que había.

Nikolay se sorprendió por todo el silencio que había en la habitación. Antes solo se escuchaban los gritos de los dos discutiendo y peleando, y luego los chillidos de Katerina, llorando e implorando. Y por último el sonido del disparo cuando él la apuntó con el revólver y sin pensarlo disparó directo en la cabeza de su exnovia. Ahora tan solo había silencio, no se escuchaba absolutamente nada, ni siquiera los pájaros que habitaban los árboles que habían alrededor de la casa de Katerina.

Le temblaban las manos, la boca la tenía seca y tenía náuseas. Se guardó el revólver y levantó la vista del cuerpo. Su respiración era fuerte y pesada. Vio su reflejo en el espejo del tocador de ella. Sus rubios mechones y su pálido rostro estaban manchados de su sangre. Se pasó su mano en la cara haciendo un estropicio. Ahora había esparcido toda la sangre en su rostro y sus manos las tenía manchadas. Dejó su reflejo y salió de la habitación para dirigirse al baño. Allí abrió el grifo y se lavó las manos y la cara. Se quedó unos minutos viendo como el agua caía por el desagüe. Él pensaba y asimilaba rápido, pero en ese caso necesitaba tiempo para proceder todo lo que había sucedido. Pararse y pensar. Lo tenía que hacer, aunque se quedase mirando un punto fijo como un idiota.

Todo había sido culpa de ella. Si no hubiera roto con él, si no lo hubiese denunciado a la policía... Ella no estaría muerta. Él había sido el mejor novio. La quería, le daba los mejores regalos, siempre tenía tiempo para ella, la protegía y la acompañaba a casa. Él era bueno. Era verdad que a veces se pasaba un poco con ella, pero era porqué la quería, no se fiaba de los demás chicos y la protegía. Al fin y al cabo, era su novia, tenía que proteger lo que era suyo.

Pero parecía que su amor, afecto y protección no fuesen suficiente. Cuando la relación llevaba ya un año y pocos meses, Katerina decidió poner fin a lo que tenían. Ella decía que no podía más, que la estaba asfixiando, que ya no veía a sus amigos y que le estaba haciendo mucho daño. Él se había disculpado miles de veces. La había hecho llorar y lo sentía. Le prometía que cambiaría y que todo iría bien, la iba a tratar mejor de lo que ya lo hacía. Y lo estaba haciendo, pero ella pareció no importarle y lo dejó. Lo dejó, dejando atrás todo por lo que habían pasado y empezando una nueva vida que no lo incluía a él.

A él.

Tanto que la había querido y así era como se lo hacía pagar. Borrándolo de sus páginas como si fuese un simple garabato que molestaba.

No podía asimilarlo, sus amigos decían que lo dejase estar, que había más chicas y que las relaciones se terminaban. Él los ignoraba. Katerina no era cualquier chica que pudieses olvidar. Era el amor de su vida y no podía dejarla ir. Tenía que luchar para recuperar lo que tenían y estar juntos, aunque ella no quisiese.

De pequeños todos matamos hormigasWhere stories live. Discover now