Grace

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XI

Londres, Inglaterra, 1965.

Oliver se miraba con asco en el espejo de cuerpo entero que había en la habitación de sus padres. Estaba desnudo y tan solo tenía puestos unos calcetines blancos que se habían ennegrecido por la mala costumbre de ir descalzo por casa. Hizo una mueca. No veía nada que le gustase. Tenía tan solo 14 años y ya parecía un muchacho de 16 años, y no quería eso.

Estaba más alto y hacia un par de días, cuando fue con su madre a comprarse unos nuevos zapatos, tuvo que coger una talla más porque sus pies también habían crecido bastante. El pelo de las piernas era más oscuro y parecía más fuerte; El vello de las axilas también empezaba a crecer de forma descontrolada. Miró sus manos, ya no eran aniñadas, las notaba más grandes y fuertes. Sus brazos también eran diferentes. Lo único que veía igual era su pecho y su torso, por suerte, todavía no se había asomado ningún pelo, aun así, lo consideraba feo. Su cara ya no tenía el aspecto de un niño pequeño y su mandíbula estaba más firme, se marcaba más, y sus cejas de repente eran dos rayas enormes llenas de pelos. Pero lo más horrible era que hacía un par de días, en el espejo del baño, se había fijado que encima de su labio superior había empezado a crecer un vello rebelde que quería parecerse a un bigote. Se alarmó, inmediatamente cogió una cuchilla y se quitó los casi invisibles pelos (acto estúpido pues casi se hace daño). Suspiró y bajó la cabeza hacia sus genitales. Un montón de vello no había tardado en aparecer por toda la zona y su pene lo veía más grande. De todo, eso era lo que más odiaba, no lo quería.

Tenía ganas de romper el espejo y de gritar, pero las noches que lloraba ya eran suficientes para desahogarse. Estaba atrapado y quería salir, pero no podía. Ese cuerpo era su cárcel y moriría en ella, desesperado por salir y vivir la vida que siempre había querido. ¿Qué pecado tan horrible había hecho en su vida pasada para que Dios lo castigara naciendo en un cuerpo que no le correspondía? No tenía ni idea, pero esperaba que algún día al despertar su cuerpo fuera otro y por fin lo pudiesen tratar de "ella". Oliver era una mujer.

Apartó su vista del espejo y la fijó en el vestido de su madre que estaba colgado en el pequeño picaporte del armario, era precioso. Era de estos vestidos que se habían puesto de moda entre las chicas de Londres e iba con toda la onda hippie que había surgido hacia un par de años. Deseaba que fuera suyo.

Una idea se le cruzó por la mente. No había nadie en casa y estaba totalmente solo, no creía que sus padres y hermano volviesen temprano. Así que sin pensárselo dos veces se apartó del espejo, agarró el vestido y se lo puso. Le quedaba un pelín grande, pero nada exagerado. Se sacó los calcetines y se puso los tacones de su madre, que por cosas de la suerte tenia, por ahora, su misma talla. Fue al baño que había en la misma habitación y se maquilló con todos los productos que habían allí, recordaba e intentaba imitar los movimientos y pasos que hacia su madre cuando se maquillaba por las mañanas. De niño siempre la miraba porque le encantaba, pero ahora no lo hacía tanto para no levantar alguna sospecha. Cuando terminó, lo recogió todo y salió, volvió a mirarse al espejo.

En ese momento era otra persona. Ya no era Oliver un chico de 14 años. Ahora era... Era Grace. Sí, Grace. Una chica de 14 años a la cual todavía no le habían crecido los pechos. Se rió por eso último, pero se quedó con una sonrisa en su rostro. Una sonrisa que mostraba felicidad ante esa transformación que se había hecho así mismo. Así se sentía bien, así se sentía a gusto y así mostraba su verdadero yo. Soltó sus cabellos que habían estado sujetos en una baja coleta y se lo peinó, se lo había dejado largo porque así lo haría más femenino, pero siguiendo las modas londinenses su madre se lo corto como todos los chicos lo llevaban. Largo, pero con un corte masculino. Aun así, le gustaba lo que veía, así quería ser.

Con una felicidad extrema se fue corriendo a su habitación y puso en marcha el tocadiscos. Con el volumen alto empezó a sonar "Oh, Pretty Woman" de Roy Orbinson. Inmediatamente empezó a bailar y cantar por todo el cuarto. Lo que sentía era algo que nunca había sentido, se sentía en su piel. Se sentía jodidamente bien.

Cerró los ojos mientras no dejaba de bailar y cantar. Se imaginaba en algún concierto de ese cantante, allí era Grace en toda su plenitud. No tenía ningún vello en la cara y sus pies eran pequeños y delicados al igual que toda ella. Tenía pechos y sus caderas eran más anchas. No dejaba de cantar y gritar, como muchas de las chicas que había alrededor suyo. Pero no iba sola, iba acompañada de un chico, un chico muy guapo. Era alto, rubio y de ojos azules. La miraba enamorado y la sonreía, era su pareja. Todo en ese sueño era perfecto. Era Grace, su vida era perfecta, era feliz. Tenía novio, que la quería y la comprendía. En su rostro y cuerpo no había ningún rastro de Oliver, era ella en todo su esplendor. En su cabeza era toda una realidad.


"Pretty woman!" 

La canción terminó y con eso también el sueño. Bajó los brazos y se le escapó un suspiro de frustración. Estaba alcanzando el sueño, lo sabía.

Escuchó un ruido fuera y levantó la cabeza. Su cuerpo se alarmó y se le formó un nudo en el estómago. Sus padres habían llegado, había escuchado el ruido del motor y el golpe de las puertas al cerrarse. Apagó el tocadiscos y corrió a cerrar la puerta de su habitación. Se quitó los zapatos y se apoyó en la puerta para poder escuchar mejor y para que no entraran. Tragó saliva y cerró los ojos.

Volvía a ser Oliver.

De pequeños todos matamos hormigasWhere stories live. Discover now