Jóvenes dioses

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VII

Las Vegas, Nevada, Estados Unidos, 2013.

Habían huido cuanto sus pies les habían permitido; se encontraban en la azotea, tirados al suelo con la respiración acelerada. Dos mochilas llenas de dinero esparramadas en el suelo estaban junto a unos pasamontañas de diferentes colores. Summer se incorporó del suelo y se acercó a Estefan, que seguía tirado en el suelo intentando volver a respirar bien, y se sentó en su regazo. El chico sonrió al verla. Ella estaba sudorosa, pero para él estaba esplendida. Su cabello rubio caía desparramado en su cara y una hilera de dientes blancos formaban una preciosa sonrisa. Estefan se sentó y la abrazó por la cintura, juntaron sus frentes y cerraron los ojos, segundos después se fundieron en un beso. 

El beso comenzó a ser dulce y luego paso a ser fogoso y apasionado. Sus bocas tan solo se despegaban para retomar aire y luego volvían a besarse. La calor comenzó a entrar en ellos, la ropa de repente sobraba. Se la quitaron toda y quedaron desnudos ante la oscuridad y frío de la noche. Pero ese frío no les afectaba, el calor que emitía sus cuerpos les protegía de ello. Y sin esperar a nada los dos se dejaron llevar la lujuria que les había poseído. 

A lo lejos se escuchaba el tráfico y la locura de Las Vegas que acompañaba a los gruñidos y gemidos de los dos amantes haciendo el amor como dos animales.

Summer se encontraba encima de Estefan. Movía sus caderas haciendo que las embestidas fueran duras y secas. Sus movimientos eran desesperados y vulgares, para nada lentos. Arqueaba la espalda mientras cerraba los ojos y los gemidos descomunales salían de su boca. Summer no se detenía, era casi doloroso y a la vez disfrutaba con ello. No le importaba si no llegaba al clímax, estaba amando lo que hacía. La adrenalina que le había proporcionado robar el dinero de la gasolinera todavía seguía en ella y también el hecho de estar haciendo el amor a Estefan en la azotea, donde los podían ver, la volvía loca y echaba más fuerza en cada embestida. Se sentía poderosa, nueva, radiante. No sabía como describirlo.

Estefan paseaba sus manos por el escultural cuerpo de su chica, soltaba gruñidos y aveces grandes gemidos contenidos, su respiración iba más rápido de lo normal. Echaba su cabeza para atrás pero al instante se incorporaba. Disfrutaba con la vista que tenía, disfrutaba viendo a su novia follandolo salvajemente, volviéndose loca. Le encantaba ver como en un instante perdía los modales de niñata rica que tenía. Lo estaba llevando al cielo y pronto le haría ver las estrellas. Lo estaba destrozando completamente y eso le encantaba.

La boca de Summer estaba seca, tenía sed pero no quería parar. Estaba cerca, muy, muy cerca. De repente Estefan se incorporó y la abrazó, empezó a acompañarla en sus movimientos. Entonces el clímax llegó en ellos, explotó de repente y se extendió en todas las extremidades. Los dos soltaron el último gemido y pararon.

El tráfico y la locura de la ciudad seguía sonando, mas los gemidos habían cesado y tan solo se escuchaba las aceleradas respiraciones de los dos amantes. Summer se bajó de las piernas de Estefan y se estiró a su lado, los dos se abrazaron. Summer se apoyó en el pecho de Estefan y besó sus labios.

En ese mismo instante los dos se sentían como dioses. Dos jóvenes dioses. Tirados en el sucio suelo de la azotea, desnudos, sudorosos y manchados del uno al otro, se sentían como jodidos dioses allí. Habían visto las estrellas y habían llegado al cielo con tan solo unirse el uno al otro. Solo eran dos jóvenes dioses, y sentían que tenían el mundo bajo sus pies.

De pequeños todos matamos hormigasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora