viii.

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MEGARA

MEGARA

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viii. despierto en los brazos del
señor del inframundo !
━ ( the son of neptune )


Todo lo que tenía a mi alrededor era oscuridad. Completa, sola y absoluta oscuridad.

Y luego lo vi.

Vestía un traje negro. Era alto y elegante. De pelo teñido de rubio y cortado estilo militar. Llevaba gafas de sol de carey y un traje de seda italiana a juego con su pelo. También lucía una rosa negra en la solapa bajo una tarjeta de identificación con su nombre en un perfecto manuscrito.

Recuerdo intentar leer su nombre.

Y que la realidad me golpeara en el estómago como un perfecto puñetazo (y créeme, sé de puñetazos).

CARONTE.

No grité. No gimotee. Tampoco suplique que fuera un error, ni me quedé perpleja. Simplemente asentí, rebuscando un Denario en mi bolsillo, mientras cientos de recuerdos dolorosos me azotaban.

El hombre de seguridad pareció bastante sorprendido con mi acción. —Vaya niña. Directa y al grano. Nada de gritos. Nada de «tiene que haber un error, señor Caronte». —imitó la voz más aguda que pudo hacer, lo cuál lo hizo ver ridículo. No tuve la fortaleza de reírme. Se me quedó mirando—. ¿Y cómo has muerto, pues?

Sonreí con tristeza, pero no contesté con palabras. Señalé mi pecho, y casi enseguida, como una bofetada de la realidad, sentí el dolor más profundo de mi ser. Que a su vez, no se sintió por completo. Era como el recuerdo de mi dolor. No lo sentía de verdad, pero lo recordaba perfectamente. Como si lo estuviese viviendo aún, en agonía.

Caronte pareció notar la lanza atravesada en mi pecho (o la sangre que se derramaba en la oscura alfombra), pero tampoco pareció muy sorprendido. Apretó los labios, pero asintió.

—¿Diosecillos, no? —habló más para él mismo—. Siempre pagando por acciones que no cometieron...

No contesté, y aún antes de que pudiera siquiera pensarlo, lo vi tensarse. No lo entendí, hasta que la voz lúgubre de un hombre llenó la oscuridad del lugar.

—No te pago por entretener almas en delirio, Caronte.

Caronte dio un traspié y casi resbala del susto. Juntó ambas manos detrás de su espalda e hizo una exagerada reverencia: —¡Mi señor!

No tuve que sumar dos más dos para darme cuenta a quién le pertenecía la tenebrosa y macabra voz.

Pluton siempre fue el Dios cuyo respeto florecía sólo en mi pecho. Nunca lo entendí. No era gran fanática de la muerte o el inframundo, pero siempre le rendí culto. Ahora, que yacía frente a mí, tan imponente como aterrador, podía hacerme una idea del porqué.

untouchable! ━ percy jacksonWhere stories live. Discover now