Capítulo 16

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Mientras el corazón lata, mientras la carne palpite, no me explico que un ser dotado de voluntad se deje dominar por la desesperación.

Julio Verne

….

Miércoles 8:46 a.m

Tomo una inspiración profunda y con un asentimiento de cabeza le hago saber a la enfermera que puede comenzar a administrar la medicina.

La aguja atraviesa mi piel de una forma tan lenta que siento como si se burlara de mi y cierro los ojos un segundo.

Es como si dijera: “Aquí estoy y no me iré”

Odio las agujas.

Los dedos de Paola presionan los míos y la calidez de sus manos disipa un poco el nerviosismo en mis sistema. Que lástima que no pueda  aliviar el dolor del fármaco entrando en mis venas.

El piquete es enviado a la parte nerviosa de mi cerebro y mis ojos se llenan de lágrimas. Respiro profundo una y otra vez intentado calmar los latidos de mi corazón, pero se siente imposible.

Duele. Aún lo hace y es cada vez peor.

Ya han pasado dos semanas.

Me hicieron análisis, me dieron charlas, palabras de aliento, posibles diagnósticos inmediatos y a futuro, unos buenos y otros de los que no quiero hablar, indicaciones, recetas y malas noticias.

También me dieron la opción de no recurrir a la quimioterapia si no quería.

No existe una única decisión correcta cuando se elige la quimioterapia.

Cada protocolo de tratamiento tiene ventajas y desventajas

Finalmente, luego de prácticas y dudas, pudieron determinar con qué droga comenzar y como administrarla.

Así empezó mi nueva relación con las agujas.

La noticia fue tan linda cómo tener agua dentro de los pulmones.

Ya he recibido tres sesiones en dos semanas. Son dos cada semana, el doctor determinó que sería bueno comenzar de ese modo para poder evaluar mis progresos y faltas y saber si respondía a los tratamientos.

La quimio dura tres horas y se hace desde muy temprano.

Hay una posibilidad de que los medicamentos que están administrándome sean los correctos… Pero también podrían no serlo y tendrían que verse en la obligación de cambiarlos, lo cual retrasaría cualquier tipo de avance y sería como empezar desde cero cada vez que falle.

Y es algo que no deseo.

El frío material de la silla de cuero se pega a la parte desnuda de mi espalda y mi piel se eriza.

Tuve que sustituir mi vestido azul floreado; por una bata azul opaco de hospital.

En la sala de quimioterapias no soy la única. Hay adultos mucho mayores que yo y también niños.

Siento el nudo en mi garganta cada vez más apretado y me cuesta respirar.

Calma.. Calma… Calma…

Aún no le he dicho nada a mis padres, no puedo. Estoy siendo egoísta, lo sé, pero sencillamente las palabras no salen.

Paola ha estado a mi lado es cada momento y a cada segundo. Le hice prometer que finalizaríamos el ciclo antes de ir con mi familia.

Sólo el primer ciclo antes de decírselo a mis padres.

Aceptó a duras penas.

No obstante, sigue sin estar de acuerdo con la forma vil en la que mantengo a mis padres en la ignorancia.

Algo muy dentro de mí escuece por ocultarles algo tan importante, pero, simplemente, no me siento preparada mentalmente para enfrentarlos. Será doloroso… Lo es ya.

—¡No puedes ocultar algo tan importante! —Aún recuerdo la pelea de hace cuatro días—. Ha pasado demasiado. Tienes que decirles. Hazlo o lo haré yo —sentenció.

—No puedo, Pau. —Limpie las lágrimas de mis mejillas—. No aún…

No puedo huir para siempre, lo sé, pero es difícil. La noticia les va a caer cómo balde de agua fría. No quiero darles preocupaciones.

Y por eso me he esforzado en mantener todo igual. Recibo una llamada de mamá cada mañana e invitaciones al spa. Voy a casa, les miento a la cara y les digo que todo está perfecto. Sigo yendo a la universidad y a casa.

Leo, miro series y lloro por las noches de vez en cuando…

Sigo siendo yo.

Una estudiante ejemplar que recibe quimioterapia dos veces por semana sin que nadie lo sepa, ni siquiera mi buen amigo Ashton a quien sólo veo un par de veces al día. Creo que incluso ya tiene novia nueva.

Él ha ido a visitarme un par de veces, siempre se queda un rato a conversar con Paola y conmigo.

Y Travis suele acostarse a mis pies y mirarme fijamente, se lamenta y lame mis zapatos para tratar de llamar mi atención.

No sé por qué tiene esa actitud.

Mi vida, superficialmente, sigue siendo la misma, nada ha cambiado; excepto el concepto de vivir.

—Regresaré en un momento —avisa la enfermera, Mildred es su nombre, con su voz cantarina que trasmite calma.

Recuerdo cómo ella me sonrió la primera vez que vine y me dijo con voz dulce:

—Vas a estar bien.

Me pregunto a cuántas personas habrá visto ir y venir.

—No hay problema. —Me las arreglo para decir.

Ella debe ir con un niño llamado Christian y poner su medicación. Él tiene tan sólo once años.

Paola me sonríe y ese simple gesto me transmite calma. Cierro los ojos y me remuevo incómoda.

Calma… Calma… Calma..

—Tooodo, todo lo que haaaaces, nunca deja de impresionar, eres diferente —miro al ángel a mi lado y una sonrisa acompañado de una lágrima se desliza en mi cara. Ella la retira con suavidad.

—En serio, ya para con esa canción —le reprocho, sintiendo otra lágrima caer.

No me hace llorar la canción, desde luego que no. Ella la ama y yo también.

Me hace llorar el lugar en el que me encuentro y por qué. No sentirme fuerte. Soy realmente mala lidiando con las emociones fuertes.

—No se te ocurra cambiar —ella me ignora y sigue cantando mientras presiona mis dedos. Ella es la razón por la que he logrado salir de esta sala sin haberme derrumbado en el proceso.

Pasados unos minutos intento relajarme. Debo estar tranquila, ordenes del médico. Respiro un par de veces mas apartando las lágrimas y me digo que estaré bien.

Todo estará bien, sin importar cuanto pueda doler.

Antes del CieloWhere stories live. Discover now