Capítulo 76

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Andy

. . .

Me paso la mano por la cara.

¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mil veces más!

Siento la primera lágrima caer y me hago un ovillo en la camilla.

Cuando abrí los ojos lo primero que vi fue a una mujer vestida de blanco y, en efecto, me encontraba en una habitación blanca.

Lo primero que pensé fue: No pude despedirme de nadie.

Pero luego ella se acercó y empezó a hacer preguntas.

Y cuando se le unió el doctor Callahan para premiarme con una enorme sonrisa y decir "bienvenida de vuelta", supe que no había muerto.

Que aún seguía con vida.

Me limpio la cara y decido incorporarme. Me duele el cuello y un poco la cabeza.

Recuerdo haber visto el pan, que debía llevar a la mesa, esparcido a mi pies, que me sangraba la nariz y ver a Ash correr hacia mí, gritando mi nombre.

Así que puedo deducir que me desmayé y, seguramente, debí golpearme al caer.

No sé cuánto tiempo estuve inconsciente porque:

1: No me lo dijeron.

2: Decidí que tampoco quería preguntar.

Todo en lo que podía pensar en ese momento, era en todas las personas en la sala de espera.

Todos preocupados.

Que susto debió llevarse mamá.

Hundo mi cabeza en mis rodillas, cansada.

. . .

Al cabo de un rato, mis pies hacen contacto con el frío suelo y aunque me tambaleo un poco, me las arreglo para caminar a la ventana, arrastrando el soporte del suero, conectado a mi brazo, conmigo.

Todo lo que ven mis ojos es ciudad y contaminación.

—Tus niveles de glucosa son bajos Andy. Lamento informar que lo mismo con tus plaquetas. Debemos controlar eso. Con el tratamiento es algo bastante común, pero no podemos permitirlo —el doctor Callahan se acercó y comenzó a tocar mi cuello—. ¿Te sangra mucho la nariz últimamente? —Asiento—. ¿Cuando toses?

—Al toser también y las encías —agregué.

—Es porque tus plaquetas son bajas y a tu cuerpo le resulta difícil detener una hemorragia, más por la nariz.

—Mi boca está irritada.

—La quimio terapia daña las células de la boca y la garganta —se alejó de mí—. Causa úlceras. Abre. —Pidió y obedecí—. Sólo estás un poco irritada, aún nada grave.

—Aún —repetí, como si me ofendiera.

—Ayer no tuviste sesión de quimio —negué—. Te administraremos fármacos. Cambiaremos la sesión de mañana a hoy. ¿Tienes ganas de vomitar?

Asentí.

. . .

Es cielo es naranja y las nubes brillan con la débil luz que aún queda del sol. Acaricio la bolsa colgada a la altura de mi cabeza, el líquido cae gota a gota, recorre la delgada manguera y entra en mis venas.

Duele.

Pero ya aprendí a no quejarme.

Pero en ocasiones, cuando estoy sola con la realidad y no puedo fingir que no tengo una enfermedad que está acabando poco a poco con mi vida, me permito dejar caer las lágrimas que he mantenido ocultas.

Lloro como si mi vida dependiese de ello y como si quisiera secarme.

Estoy más lejos de la meta que cuando empecé. Lo he sabido desde el primer momento.

Por esa razón me escabullía e iba sola a mis sesiones.

No quiero a nadie sufriendo a mi lado.

Odio hacer daño, aunque es involuntario. Me he convertido en una bomba de tiempo.

Mis pasos son sordos contra el suelo.

Voy descalza y no llevo la ropa que escogí esta mañana. Llevo una bata de hospital.

Y la odio profundamente.

Entro al baño y cierro la puerta con pestillo, pese a estar sola.

Y que el doctor dijo que no permitiría la entrada a familiares, hasta que la bolsa estuviese vacía.

Camino y me sitúo frente al espejo.

La chica delante de mí me observa con extrañeza.

Tiene ojeras y su piel es pálida y amarilla.

Sus ojos no brillan, sus labios están rotos. Está delgada, mucho más de lo que estuvo al iniciar el año.

También luce cansada.

Luzco cansada.

La chica en el espejo soy yo.

Casi cinco meses.

Cinco.

Y la chica frente al espejo no es ni la sombra de lo que antes fue.

No recuerdo cuando fue la última vez que me miré al espejo.

Creo que lo evitaba a propósito.

Estoy muriendo lentamente.

Y no me refiero al momento en que mi corazón deje de latir.

Las posibilidades son infinitas, lo sé. Pero no hablo de eso.

Me refiero a mis ánimos, también a mi estado físico. Me sonrío a misma, pero el gesto es más una mueca llena de dolor.

Odio esto.

Por eso evito mirarme al espejo. No me gusta contemplar cómo me deterioro.

Y aunque aún conservo mi cabello ya este ha comenzado a caerse. Empezó hace semanas

Mi vista se torna borrosa y sin poder evitarlo más empiezo a llorar.

Sollozo desesperadamente y pasados algunos segundos mi llanto resuena en las paredes del diminuto baño.

Me llevo la mano a los labios en un intento de retener los gritos desesperados que brotan de lo más profundo de mí, pero es inevitable.

Lloro ahora, porque sé que cuando salga de esta habitación y este frente a mi familia, no lo haré.

Lloro porque sé que en este momento es lo que necesito.

No palabras de aliento y esperanzas inventadas.

Esta soy yo, tomando mi gran sorbo de realidad.

Antes del CieloWhere stories live. Discover now