Capítulo 6: Todo es un sueño

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—Aznaré —Ya cuando estuvieron lejos, ella trató de hablarle un poco para calmarlo, ya que podía sentir que el niño seguía asustado—. De verdad perdóname, no quería exponerte así a tu padre. Él... —Ladeó con la cabeza mientras pensaba en las palabras correctas para decirle—. Es un poco... difícil... —Aznaré sabía que su madre trataba de suavizar las cosas para que no le agarrara miedo al sujeto—. Digamos que no es muy amable con los niños, se molesta fácil y no tiene paciencia, y..., bueno..., sus emociones están ligadas a su poder, así que cuando sientas que emana calor o fuego, es porque está en extremo enfadado. Allí debes tener cuidado y tratar de no molestarlo más.

—Entiendo... —Aznaré se había tomado el tiempo para reflexionar un poco sobre eso y había llegado a la conclusión de que si no hacía nada malo, estaría bien—. Pero por alguna razón lo odio bastante.

—No te digo esto para que lo odies —Andreaw se preocupó un poco por eso—. Es tu padre, no es perfecto ni mucho menos cariñoso, pero te va a proteger cuando más lo necesites —Aznaré la miró y Andreaw alzó los hombros—. No es buena idea odiarlo, ya el mundo entero se encarga de eso. Créeme que no ganamos nada haciéndolo, es mejor dejarlo fluir y no hacerle mucho caso cuando se pone un poco loco, luego se le pasa y todo está bien.

—¿Por qué te enamoraste de él si sabías que era así? —Le preguntó, sintiendo bastante curiosidad con la posible respuesta. Andreaw se sorprendió.

Sabía que los matrimonios en Inglaterra en su mayoría eran arreglados. Rara vez, alguien se casaba por puro amor, siempre era con dinero de por medio, pero Andreaw no parecía ser una mujer de clase baja y Luzbel sin dudas no era de allí, así que debió haber otra razón para que ambos decidieran estar juntos, sobre todo el demonio.

—Nos conocimos durante mucho tiempo, diría yo —Habló pensativa y Aznaré alzó las cejas—. Lo invocamos unas muchachas y yo mientras me quedaba con mi hermana en una tribu gitana, nos quedábamos allí para camuflarnos de los blancos, porque aunque fuéramos hijas de un blanco aristócrata, la gente igualmente nos tomaría de esclavas, entonces... —Hizo como si recordara, tratando de no perderse ante tanta información—. Los gitanos creían que él era una deidad que traía cientos de desgracias, pero yo no creía en nada de eso, mi padre nos había enseñado que los dioses en realidad eran creación de los humanos para llenar ese vacío que sentía cada cultura, así que eso de que él era una deidad no me pareció creíble. Al contrario, decidí estudiarlo —Eso sorprendió bastante a Aznaré, entonces existía la posibilidad de que los hombres grises fueran en realidad seres divinos o una especie de dioses. Tal vez los guardianes del mundo espiritual—. Me di cuenta de que no era muy diferente de un ser humano, pero tenía habilidades que sobrepasaban por completo mis conocimientos, y lo peor no era eso, sino el hecho de que sus conductas por momentos resultaban peligrosas —Hizo una pausa mientras suspiraba—. Una vez mató a una mujer que me insultó por ser morena, le sacó los ojos y se bebió toda su sangre. Eso no podía ser algo normal, pero según lo que apreciaba, era parte de su extraña naturaleza. Son caníbales y les gusta la sangre.

—Esas cosas no pueden ser criaturas de bien, tienen que ser algo más, no dioses, los dioses no son malos —Aznaré dio su punto de vista y Andreaw asintió, aprovechando de acariciar su largo cabello. Eso lo erizó.

—No son dioses, era mentira, pero sí son seres superiores a nosotros los humanos, son peligrosos y hacen mucha maldad —Aznaré escuchaba atento cada palabra y se sorprendía más al enterarse de ello—. Pero lo que nos unió en matrimonio no fue eso —Habló, retomando el tema al darse cuenta de que lo había cambiado de nuevo—. Él de un tiempo para acá empezó a comportarse un poco raro, como más manso, y notaba que cuando me le acercaba para estudiarlo, eso a él lo ponía nervioso. Estaba enamorado aunque quisiera negarlo, y aunque no lo creas, tu padre no es para nada feo y más lo inteligente que es, pues... me gustó —Alzó los hombros y Aznaré se sorprendió—. Luego le pedí un hijo. Estaba pisando los treintas y aún seguía soltera, una vergüenza para la sociedad, pero a mí no me importaba tanto eso, lo que más me preocupaba era que siempre había querido tener un bebé, pero ningún hombre me valoraría, sino que sería menospreciada por ser morena y también mujer, así que al ver que él era el único que me trataba con respeto pese a mi color y mi género, me atreví a pedírselo. Eso lo asustó —Dijo riéndose y cubriéndose la boca de la vergüenza—. Al principio se puso a la defensiva, pero luego terminó aceptando. Lo malo fue que tenerlos me costó la vida, no pude vivir para criarlos como quería y para colmo mi hermana Sara fue quien se los quedó, y ella sí odia bastante a los niños.

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