Capítulo 11

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Verena, Marin, Kevin y yo estamos caminando por el campo de ACP, hablamos y reímos animadamente, hasta que Marin se detuvo en seco; viendo hacia atrás.

—¿Qué sucede? —pregunté a la vez que volteé a ver.

No puede ser.

¡El venado albino con sus astas doradas y filosas!

—¡Corran! —grité echándome a correr junto con Kevin.

—¡¡Aura!! —Verena dio un grito ahogado.

Me di la vuelta y vi que el venado la alcanzó, rompiendo con sus astas su uniforme.

—¡Verena!

Golpes incesantes insistieron sobre la puerta de mi dormitorio. Tomé mi cabeza entre las manos, despertando de mi pesadilla.

—¡¿Qué?! —grité con fastidio. Cada golpe que se oye, es un dolor punzante en mi cabeza.

—¡Estoy a punto de partir al bosque Umbra! —la fastidiosa voz de Nevan se oyó del otro lado.

Ay, no puede ser. ¡No he puesto el despertador!

—¡Sí! —grité levantándome con apuro— ¡Espera cinco minutos! —corrí hacia el baño.

—¡De ninguna manera! ¡Mi tiempo es valioso! ¡Hasta luego! —lo oí alejarse.

—¡No! —grité intentando hacer pis rápido.

Salí corriendo del baño, me puse mis botas y corrí saliendo de mi habitación.

—¡Ya estoy lista! —grité viéndolo caminar.

Se detuvo en seco y volteó a verme. Su vestimenta me llamó la atención, está vestido con un traje de caza de cuero negro. La chaqueta es la parte más destacada del traje. Está hecha de cuero suave y resistente que proporciona protección contra el viento y las ramas. Los pantalones son de cuero y van a juego con la chaqueta. Pareciera estar perfectamente diseñados para ser resistentes a las condiciones del bosque. Lleva puesto unas botas altas de cuero negro.  Lleva una bandolera de espada, igualmente negra, que cuelga diagonalmente desde su hombro hasta el costado de su cintura, cruzando sobre su torso y espalda.

—¿Por qué llevas una espada? —elevé una ceja.

—¿Y tú por qué vistes con tu pijama ridículo? Iremos al bosque Umbra, no puedes ir vestida así.

—Si me das cinco minutos podré ir a cambiarme. —sonreí.

—Imposible. Ya voy tarde. —se dio la vuelta y continuó caminando.

Me mordí la lengua y me apresuré en seguir sus pasos tras él.

—Su alteza —el guardia que abrió la puerta de la limusina llamó mi atención—, no considero ese —recorrió mi pijama— atuendo indicado para una caminata como esta.

—Lo sé, si me sucede algo, la culpa es de él. —le susurré al hombre a la vez que señalé al príncipe.

Me metí dentro del coche y miré con molestia a Nevan, quien revisa su celular.

—¿No te cansas de fastidiarme? —exclamé.

Nevan miró al frente y tomó aire para luego largarlo sin paciencia.

—No sé a qué se refiere, princesa. —respondió sin verme.

—¿Crees que no me doy cuenta que fuiste tú quien me encerró en el baño ayer?

—No sé de qué me habla —Nevan me vio—, yo no fui.

—Sí, claro —me crucé de brazos—. Para tu información; tengo claustrofobia, así que no vuelvas a hacerlo.

DESCENDIENTES DE ORO ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora