Capítulo 9: Hierro segador

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Darién abrió los ojos a la mañana siguiente y lo primero que vio fue el enmarañado cabello de Anastasia.

Se irguió de un sobresalto al darse cuenta de que la abrazaba por la espalda y se halló sobre la cama de la sílfide.

«¿Cómo llegué aquí?».

Así que, hizo memoria:

Cuando Anastasia y Darién terminaron de cenar, subieron arriba para dormir. Anastasia insistió en cederle otra habitación a Darién, pero éste insistió en no querer separarse de ella, por lo que, cuando llegaron a la habitación de la sílfide, Darién quiso dirigirse al suelo directamente, pero Anastasia no lo permitió.

—Hace frío, Darién, no puedes dormir en el suelo.

—Sólo dame unas cuantas cobijas.

—No, en ese caso ve a otra habitación. —Anastasia tiró de él y quiso arrastrarlo de regreso al pasillo, pero Darién se resistió.

—No quiero, ¿qué tal si el espíritu regresa por ti? No quiero, no quiero y no quiero.

—Entonces duerme conmigo. —Esta vez, trató de arrastrarlo a la cama, pero Darién, una vez más, se resistió.

—No hay manera, no hay manera. Anastasia, soy un hombre, no puedes llevarme a tu cama.

—¡Maldición! Entonces, ¿qué hago?

—Dame cobijas y duermo en el suelo.

—¡Está nevando, Darién, te congelarás!

Forcejearon durante un buen rato, hasta que los dos cayeron desmayados en la cama por el cansancio.

«Así que, así fue como sucedió —pensó Darién, volviendo a centrar su atención en la sílfide dormida—, Anastasia se salió con la suya».

La sílfide comenzó a removerse en la cama entre quejidos y Darién asumió que estaría teniendo alguna pesadilla, por lo que posó su mano cuidadosamente en su cabeza.

—Ilusión —susurró suavemente. Su cabello se tornó plateado y se acercó para besarla en la mejilla—. Con esto tendrás dulces sueños.

Se apartó de ella, viendo como Anastasia emitía un plácido suspiro que lo hizo sonreír y con esa sonrisa dibujada en su rostro, abandonó la cama viendo que ni siquiera se había quitado el calzado.

«Vaya noche —pensó divertido».

Llegó a la planta baja y se asomó cauteloso a cada rincón, esperando ver a Des en algún lugar, pero no lo vio.

Atravesó la cocina y finalmente, al otro lado del desayunador, encontró el arco que lo conducía al área de la tienda. Ahí tampoco vio a Des y aunque el reloj marcaba las 10 de la mañana, el letrero de la tienda todavía decía "cerrado".

«No quiero dejar a Anastasia sola —pensó, mientras contemplaba la puerta preocupado—, pero necesito encontrar su libro o Anastasia se pondrá triste. Me daré prisa y regresaré antes de que se despierte».

Abrió la puerta con determinación y salió al exterior, pero se detuvo al casi chocarse con alguien.

—¿Eres cliente? —La anciana que se había cruzado en su camino y preguntaba era la señora Clemente, quien iba del brazo de un joven.

Darién se sintió bastante incómodo al cruzarse con ella y escondió las manos en los bolsillos de manera inconsciente, aunque su nerviosismo era casi palpable.

—No. Sólo soy un amigo...

—Está cerrado, madre, ahí dice. —El joven que la acompañaba señaló el letrero.

Ráfaga Guerrera (Borrador)Where stories live. Discover now